–¿Tienes la más remota idea de lo que me haces? –preguntó con voz ronca.
–Yo no hago nada.
Daemon movió la cabeza lo suficiente para que nuestros labios se rozaran una vez… y luego otra antes de aumentar la presión. Ese beso… no tenía nada que ver con los anteriores, que parecían furiosos y desafiantes, como si nos hubiéramos besado para castigarnos mutuamente. Pero ese era dulce y suave como una pluma, de una ternura infinita. Como el que nos habíamos dado en el claro la noche que me curó. Una luz me inundó mientras nos besábamos, pero pronto los besos no fueron suficientes; no cuando un fuego lento me ardía bajo la piel… y también bajo la de él.
Me cubrió las mejillas con las manos, dejando escapar un suave gemido, y me abrasó los labios con los suyos mientras profundizaba el beso hasta que fue tal la intensidad que nos dejó a ambos jadeando. Daemon se acercó todo lo que pudo con la silla entre nosotros. Le agarré los brazos y me aferré a él, deseando que se acercara más. La silla solo permitía que se tocaran nuestros labios y nuestras manos. Qué frustrante.
«Aparta», ordené inquieta.
La silla tembló bajo mi pie y, a continuación, el pesado mueble de roble se hizo a un lado, esquivando nuestros cuerpos inclinados. El repentino vacío cogió desprevenido a Daemon, que se tambaleó hacia delante, y yo no pude sostener el peso inesperado. Me desplomé de espaldas, arrastrándolo conmigo.
El contacto de todo su cuerpo, pegado al mío, me provocó una caótica sobrecarga sensorial. Me rozó la lengua con la suya mientras abría los dedos sobre mis mejillas. Luego deslizó una mano por mi costado y me sujetó por la cadera para acercarme más. Los besos se volvieron más lentos y levantó el pecho mientras se embebía de mí. Con una última y prolongada exploración, irguió la cabeza y me sonrió.
El corazón me dio un vuelco mientras Daemon se alzaba sobre mí con una expresión que me llegó a lo más hondo. Desplazó de nuevo los dedos hacia arriba, a lo largo de mi mejilla, siguiendo una senda invisible hasta mi barbilla.
–Yo no he movido la silla, gatita.
–Ya lo sé.
–Supongo que no te gustaba donde estaba, ¿no?
–Se interponía en tu camino –contesté. Todavía le rodeaba los brazos con las manos.
–Ya lo veo.
Onyx – Jennifer L. Armentrout
¡Hola!
ResponderEliminarMadre mía, cómo me encantan estos dos! (sobre todo Daemon, quiero un chico así para miiiiiiii!)
Me entraron ganas de volver a leer Onyyyyx!! jajajaja
¡Besoos!
Esta escena es genial, disfruto mucho con las escenas Katy-Daemon :P
ResponderEliminarBesooooooos ^^