—¿Qué estás haciendo? —susurró.
—Controlándome.
—¿Por qué?
—Porque no logré hacerlo en el zoco.
—¿Importa eso?
—Sí, importa —dijo en voz baja—. ¿Quieres hacerlo?
Sherezade hizo una pausa.
—Ya lo hemos hecho antes.
—No es lo mismo. No será lo mismo.
La sangre le corría desbocada por las venas, encendida por sus palabras.
Él presionó los labios bajo el lóbulo de su oreja. Su lengua se demoró
durante un instante en su piel.
—¿Quieres hacerlo? —le repitió al oído.
La joven se armó de valor y luchó contra un ataque de temblorosos miembros.
—¿Por qué crees que estoy aquí plantada, so idiota?
Entonces le agarró la barbilla con las manos y le plantó la boca en la
suya.
Lo que empezó como un beso juguetón pronto se convirtió en algo más,
continuando con los pensamientos lujuriosos que habían llenado el espacio unos
momentos antes.
Los dedos de Sherezade se enredaron en el suave pelo de Jalid cuando los
labios de este se curvaron sobre los suyos. Él la envolvió en un abrazo que le
levantó los pies descalzos del mármol. El velo se desgarró de su anclaje cuando
cayeron de espaldas en los cojines con total desconsideración por semejantes
adornos delicados.
Las manos de Sherezade tiraron del dobladillo del qamis de Jalid y se lo
sacaron por la cabeza. Los músculos de su torso se contorsionaron al sentir su
tacto y el aire de la habitación se volvió cada vez más sofocante, cada vez más
tangible. Cuando los labios del califa siguieron por su cuello y sus palmas
resbalaron por su estómago hasta los lazos de su shamla, supo que él tenía
razón.
No sería lo mismo.
Pues aquello era necesidad sin límites; aquello era un cuerpo de agua y un
alma de ceniza.
Los lazos de su shamla estaban sueltos. Si aquello avanzaba mucho más, los
pensamientos se diluirían. Debía preguntarle ya, antes de que las llamas la
consumieran.
—Dime —musitó con voz entrecortada y con los dedos enganchados a sus
hombros.
—Lo que quieras.
El corazón se le disparó y la culpa se aferró a él.
—¿Por qué debían morir?
Él se tensó en sus brazos durante un interminable segundo.
Entonces se despegó de ella y la miró con el rostro congelado de horror.
Reconoció el conflicto en sus ojos.
Y ella vio el terror en los suyos.
Sin mediar palabra, se levantó de la cama y se dirigió a las puertas.
Cuando sus dedos agarraron el picaporte, hizo una pausa.
—Nunca vuelvas a hacerme eso. —Su voz era baja y áspera.
La ira y el amanecer – Reneé Ahdieh
Hola ^^
ResponderEliminarPues no me acordaba yo de esta escena jaja pero es que no lo tengo nada fresco, algún día quiero releerlos a ver que tal :)
Hola!
ResponderEliminarVaya momento y que tensión al terminarlo 😳😳😳😳.
Besos!!
hola
ResponderEliminarno he leido el libro, pero este fragmento con beso me ha gustado mucho
Besotesssssssssssssssss
Hola.
ResponderEliminarNo he leído el libro pero me ha gustado el extracto.
Nos leemos.
Hola Neftis!!
ResponderEliminarEspero poder leer este año está biologia, gracias por el parrafo.
Besos💋💋💋
Muy buena escena! Estoy deseando leer el libro.
ResponderEliminarBesos