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viernes, 14 de junio de 2019

Besos de libro #244 Rivales de día, amantes de noche (III)



Con una insensatez de la que nunca hizo gala, Alan se negó a considerar las consecuencias de sus actos. Si alguien les veía, la reputación de Barbara quedaría arruinada, pero notar la caricia de sus dedos en la nuca y la redondez de sus pequeños pechos aplastados contra su tórax, le impedían recapacitar. Ningún hombre que se considerara tal podía escapar de aquel canto de sirena, aunque lo arrastrara al abismo.
Deseaba a Barbara y el resto del mundo no importaba. Quería besar cada trocito de su cuerpo, entregarse a ella en cuerpo y alma, prometerle que siempre la cuidaría. Como una descarga dolorosa, el recuerdo de otra mujer cruzó por su mente, pero lo desterró alentado por las manos de Barbara abriendo los botones de su camisa.
«Debería detenerla».
No lo hizo. No fue capaz. Los dientes de Babs mordisqueando su labio inferior le fascinaban. Sin permitir que ella separara sus labios de los suyos, la tomó en brazos y se acercó a la puerta para echar la llave. La apoyó en la madera y, como dos locos, empezaron a quitarse la ropa el uno al otro.
La bata de Barbara cayó al suelo con un siseo, ella tiró de la tela de la camisa desprendiendo varios botones que rodaron por todos lados y depositó un ligero beso en esa piel morena que tanto deseaba tocar. Luego, con las palmas abiertas, mientras los labios de Alan se unían a los suyos, acarició sus pectorales, se deleitó con su tacto aterciopelado y pasó la yema del dedo corazón por encima de las tetillas masculinas, que se endurecieron.
Alan dejó de besarla un segundo para acabar de quitarse la camisa y dejarla colgando de la cinturilla de sus pantalones. La tomó en brazos, atravesó el despacho para dejarla tumbada en el sofá y puso su camisa bajo ella, sentándose en el borde del mueble. Debajo de la bata, ella llevaba un liviano camisón de algodón blanco, que le arrancó una sonrisa.
—Es la prenda más decente que haya visto nunca —le dijo con voz enronquecida por el deseo—, pero en tu cuerpo es erotismo puro.
Con paciencia, reprimiendo el loco deseo de poseerla, abrió la cinta que lo cerraba en el cuello. No se lo quitó, se entretuvo en besar el montículo de uno de sus pechos, humedeciendo la tela. Ella elevó la pelvis, dejó escapar un sollozo y Alan atrapó el pezón entre sus dientes. Dedicó igual trato al otro pecho, soplando sobre la tela mojada mientras sus manos perfilaban las caderas femeninas.
Barbara tenía los ojos cerrados con fuerza, se estaba dejando llevar por las mil sensaciones que la boca masculina despertaba en ella. Los abrió de golpe al notar que el camisón resbalaba por sus hombros, dejándola expuesta a los ojos de Maine. Respiraba aceleradamente, tenía turbia la mirada, deseaba más que nada que él la mirase así: como si fuera la mujer más hermosa del mundo. Porque con él se sentía así: hermosa. Pero desearlo no evitó que ante aquella mirada hambrienta se le encendieran las mejillas e intentó cubrirse.
Alan no se lo permitió: sujetó sus muñecas, le subió los brazos por encima de la cabeza y besó su tierna carne sin la barrera de la tela.
—Alan…
Levantó la cabeza para mirarla y ella advirtió que los ojos de Maine se habían oscurecido; eran fascinantes e hipnóticos. Notó su miembro, duro y palpitante apoyado en su cadera; imaginar lo que estaba a punto de pasar la dejó sin respiración, transida de deseo. Lejos de sentirse avergonzada, una calma infinita la invadió. Era lo que quería e iba a conseguirlo. Aunque después todo acabara, aunque no pudiera tenerlo para siempre, era la dueña de ese glorioso momento. Amaba a Alan y se olvidó de todo lo que no fuera él.
—Cuánto tiempo llevo soñando que pronuncies mi nombre así, Babs, con deseo. ¡Cuánto tiempo!
—Alan —repitió ella—. Quiero tocarte.
Él le soltó las muñecas y los brazos femeninos lo abrazaron de inmediato.
Fue ella la que buscó su boca, jugó con sus labios, lo excitó aún más. Tenía hambre de él, lo quería todo y no le importaba lo que pasara luego.
Maine paladeó los jugosos labios que se le ofrecían y después dejó resbalar los suyos por la delicada piel de la garganta femenina. Regresó a sus pechos. Mientras, las manos de ella se hundían en su cabello oscuro, dibujaban la anchura de sus hombros, modelaban los músculos de su espalda y amasaban traviesas sus nalgas.
Con toda la lentitud de la que fue capaz, atando en corto el apetito que le pedía hundirse en ella, Alan acabó de quitarle el camisón hasta dejarla desnuda por completo. Ella la emprendió con los botones de la bragueta del pantalón, pero sus dedos, que temblaban, no acertaban a abrirlos.
—Quítatelos.
Maine se levantó, se liberó de la prenda despojándose a la vez de los calzones y creyó morir al ver la golosa mirada de Barbara fija en su miembro excitado. La muy tunanta sonrió y él se sintió de nuevo como un chiquillo sin experiencia.
De nuevo a su lado, acarició su garganta, sus hombros, sus pechos; jugó con el hueco de su ombligo y mimó la seda de sus muslos, que se abrieron para él a la vez que volvía a escuchar su nombre.
—Alan…
Un dedo invasor hizo envararse a la muchacha. Él la calmó con palabras dulces hasta que la notó relajarse.
—¡Dios mío, Babs! Estás tan caliente y húmeda… Vas a acabar conmigo, pequeña.
Se tumbó sobre ella y la penetró despacio, sujetando el peso de su cuerpo con los brazos tensos sin dejar de mirarla a la cara; no quería perderse ni una de las sensaciones de placer que se reflejaban en sus ojos verdes: fulgurantes de deseo y, tal vez, de un poquito de miedo.
—Todavía puedo detenerme —musitó—. Moriré si me lo pides, pero puedo detenerme, mi vida.
Barbara le rodeó con sus brazos, haciendo que cayese sobre ella y le besó el mentón; raspaba, pero era terriblemente sensual y agradable.
—¿De veras lo harías si te lo pidiera? —Había un atisbo de risa en su voz.
—Eres perversa.
—¿Lo harías? —insistió.
—Hasta pondría en tus manos una pistola para que me dispararas, si es tu deseo, bruja.
Ella enarcó las cejas y se le escapó una sonrisa diabólica.
—Estudiaré lo de la pistola mañana. Ahora, ni se te ocurra detenerte… milord.


Rivales de día, amantes de nocheNieves Hidalgo

7 comentarios:

  1. Hola ^^

    No conocía el libro ni he leído nada de la autora aun.

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  2. Tengo ganas de leer algo de la autora...algún día y eso xDDD
    Un beso!

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  3. Hola preciosa!
    Me encanto este libro, lo disfrute bastante. Me gusta mucho el beso que has puesto.

    ❀ Fantasy Violet ❀
    Besotes! 💋💋

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  4. hola,
    tengo este libro desde que salió en casa, a ver si me pongo con el joooooooo que todo se me acumula
    Besotesssssssssssssssssss

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  5. Wow... hoy el beso es calentito...
    Me gusta mucho esta sección, al final son fragmentos de historias que acaban siendo una muestra de lo que el título puede ofrecernos.
    Un besín desde - Tejiendo Ideas ✿ Cosiendo Palabras -

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  6. Buenaas!
    Aiss no he leído el libro pero buena escena <3

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  7. Hola!
    no lo he leído pero vaya escenita...
    Besos! :D

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