—¡Es cierto! ¡Que se fastidien!
—¡Que se jodan! Nadie puede elegir tu camino porque solo te pertenece a ti.
Le sonreí, contenta de que me entendiera.
—Eres un sabelotodo, pero me gusta eso de ti.
Sus ojos permanecían sobre los míos, intensos, llenos de mil matices y, por
un momento, me dejó sin aliento. Noté otro tironcito de ese hilo invisible que
parecía conectarnos esos últimos días y todos mis pensamientos me abandonaron.
Quizá por eso hice caso a la primera tontería que se me pasó por cabeza.
Me incliné torpemente y pegué mis labios a los suyos con mi mano acunando
su mejilla. Los presioné durante un segundo. Su boca me devolvió la presión y
su pecho se elevó con una profunda inspiración.
Me separé de él tan rápido como pude, consciente de pronto, y salté de la
cama.
—Gracias —susurré mientras salía de la habitación.
Tú y otros desastres naturales – María Martínez
Que bonita frase
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