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viernes, 6 de enero de 2017

Besos de libro #130 El rumor de las folías



En la terraza superior la esperaba Tomás. Sobre una mesita baja, entre las tumbonas, había colocado un vaso con una vela en su interior para protegerla del viento. A los lados, dos vasitos llenos del líquido ambarino del ron miel. Se levantó al verla, le tendió la mano a modo de invitación, y para Luisa el tiempo se detuvo.
—He traído una vela porque quiero verte en todo momento —dijo con voz cargada de emoción—. Es nuestra última noche juntos y pienso retenerla en mi memoria el resto de mi vida.
Ella tomó asiento frente a él. Se tomaron las manos y se miraron a los ojos. Podían ver el dolor que aquella situación les estaba generando. Todo había llegado a su fin. Al fin que tanto habían temido, en el que nunca quisieron pensar. Al tomar un nuevo vasito de ron, sus emociones se desencadenaron y Luisa, como jamás imaginó, tomó el rostro de Tomás entre sus manos.
—Bésame, Tomás —pidió en un angustioso susurro.
Quería llorar amargamente, agarrarse a sus hombros y desafiar al mundo a que le arrebatara lo que sentía que era suyo por derecho. Tomás agarró sus labios entre los suyos sin poder aguantar lo que llevaba deseando hacer desde el principio: besarla, tenerla en sus brazos. Poco a poco, saboreando los tiernos labios de la joven, consiguió que los abriera para rozar su lengua con la de ella. Enseguida comprobó la satisfacción que le produjo aquella caricia a Luisa, la cual hizo que su deseo aumentara. Profundizó el beso, aquel dulce beso lleno de desesperación y de dolor. Inclinándose, poco a poco se tumbaron los dos en la misma hamaca.
Aquel espacio estrecho era lo que necesitaban. Un pequeño lugar para poder encontrarse el uno con el otro más allá de los ojos, de las palabras y del contacto. Dejaron que sus almas se amaran, en el lenguaje de las caricias, de los suspiros y el deseo. El joven deslizó su mano por el muslo de Luisa llegando a sus glúteos.
Tomás se había sentido torturado todos aquellos días viendo contonear las caderas de la joven, quien seguía el patrón de la mayoría de mujeres canarias: delgada, de cintura estrecha, poco pecho y generosas caderas cubiertas de redondeados glúteos. El día que le preparó el baño, comprobó su debilidad por ella. Su corazón le golpeó fuertemente el pecho al ver cómo el vestido mojado acentuaba su cuerpo.
Había sacado fuerza de donde no creía tenerla para no despojarla de sus ropas y hacerla suya todas las noches. Pertenecía a otro hombre. Luisa debía guardar respeto por su esposo, se recordaba. A su desconocido y odiado esposo. Muchas noches, la imagen de ver a Luisa con otro le atormentaba, por ello se conformaba con tenerla a su lado, oliendo y sintiendo su presencia los días que el destino les había prestado. Hasta aquella noche. El dolor de la separación hizo mandar al diablo todo, dejando la razón a un lado y tomando lo que ambos querían.
Desabotonó la parte superior del vestido. Sus cuerpos danzaban sobre el otro. Sus sexos se rozaban haciéndoles jadear, siendo conscientes de la excitación del otro. Tomás hizo a un lado la camisola de seda para tomar su pecho entre sus manos. Se lo introdujo en la boca llevando a Luisa a la locura. Volvió a desandar el camino de besos hasta la oreja de Luisa, cuando notó la humedad de las lágrimas en su rostro. Dios santo, se dijo, soy un animal. Y comenzó a acariciar la cara de Luisa con ternura. Creyó que las lágrimas de la joven eran de dolor, que había sido muy brusco. En cambio, Luisa había llegado al clímax con tal velocidad e intensidad, que la emoción la embargó. Cuando por fin volvió a la realidad, se extrañó de las palabras que le susurraba Tomás:
—Lo siento, Luisa —decía—. Soy un tarugo, una mala bestia. No quería hacerte daño.
—¿Daño? —se extrañó—. Ha sido la cosa más linda que he sentido nunca.
—Pero si estabas llorando.
—¡Ay, qué boba soy! —Comenzó a secarse las lágrimas—. Es de la emoción, Tomás.
Tomás sonrió aliviado. El roce de sus cuerpos, junto a las caricias y besos, lograron un orgasmo en Luisa. Cierto era que a él poco le faltaba para llegar. Habían sido muchas noches reprimiendo sus impulsos, pensó Tomás. La pasión que sentían el uno por el otro no parecía que tuviera fin, pero en aquel instante creyó oportuno frenar aquella locura. Cayó en la cuenta de que podía dejarla embarazada arruinando su vida de casada. Pero dejar de tocarla le era imposible, por lo que continuaron besándose y acariciándose largo tiempo después.
—No sé qué voy a hacer sin ti —le confesó Tomás.
—Pues te casarás —le contestó con desazón—, y poco a poco olvidarás esta pequeña aventura que hemos vivido.
—Eso jamás, Luisa —negó rotundo—. No te olvidaré.


El rumor de las folíasYara Medina

4 comentarios:

  1. Hola Neftis un beso de Luisa y Tomás, ¡qué bonito! gracias por compartir.

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  2. ¡Holaa!
    Ay que bonito el beso, no he leído el libro, pero ahora me entró curiosidad para leerlo jajaja
    Un besoo

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  3. Hola guapa!! ha habido un beso y muchas más cosas. Es un trozo muy romántico y erótico que al final te deja un poco chof. Besos!!

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  4. ¡Holaaa! vaya, qué intensidad en ese fragmento, ha sido increíble *-* tengo que ver de qué va el libro ;)
    ¡Besitos! :3

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