—Y personas maduras que no
nos escandalizamos con el sexo.
Ella sentía que sus pupilas
se estaban dilatando. ¿Cómo si no podía verlo solo a él? Ni las errantes
estrellas ni las luces de aquella ciudad anónima y centelleante. Solo Darrell
McKay. El impresionante McKay. El guapísimo McKay.
Él se acercó lentamente,
sopesando a cada milímetro si ella se apartaría. Se detuvo un instante cuando
solo estaba a unos centímetros de su boca. Ariel lo miraba a los ojos. Negros
los ojos de pupilas dilatadas. Entonces avanzó y la sensible piel de sus labios
entró en contacto. Por un instante no sucedió nada más. Tan cerca sus ojos
seguían clavados en sus pupilas, como dos faros que buscan un receso en la
noche. Labios inmóviles. Pendientes de su destino. Cuando ella, lentamente,
bajó los párpados, él supo que el permiso estaba concedido y entonces estalló
el hambre atrasada que sentía.
En aquella postura
imposible, de antiguos amantes, asomados a la barandilla que les devolvía la
salpicaduras de las olas. Los devoró como una última comida, como un presidiario
que espera el patíbulo, recorriendo su perímetro con la lengua, atrapándolos
entre los suyos para morderlos suavemente, abriéndolos un poco más con la punta
de su lengua.
Ariel reaccionó a aquella
caricia. A pesar de su urgencia aquella boca era más delicada de lo que había
imaginado. Actuó al principio dejándose hacer, pero aquellos besos mojados
pronto surtieron efecto y empezó a participar en aquel juego de labios
hambrientos que le arrancaba suspiros irrefrenables, escalofríos fuera de
control y un terrible miedo al que no podía oponerse.
Darrell se puso de espaldas
al mar y tiró de ella para colocarla frente a él. Aquel largo beso no se había
interrumpido. Llevó sus manos a la cintura de Ariel, hurgando con los pulgares
bajo la camisa. Desde allí ascendió lentamente aunque ya sabía que no había sujetador
que lo detuviera. Sentía una urgencia que le era difícil controlar. Su sexo
hinchado, palpitando contra el vientre de Ariel. Deseaba desgarrar aquella
tela, sumergir la boca entre sus senos, beber sobre su piel cada gota que les
devolvía el mar. Tenerla entre sus brazos se había convertido en toda una
obsesión. Una lujuriosa obsesión. Ella apenas se movía. Concentrada en un beso
que levantaba leves suspiros a ambos y la tenía enajenada.
La leyenda de tierra firme – J. de la Rosa
Hola! Me ha gustado mucho este besos de libro. Aun no he leído nada del autor pero tengo claro que de este año no pasa, jejeje.
ResponderEliminarBesos!
No conocía el libro, gracias por la escena :P
ResponderEliminarUn abrazote ^^
¡Holaaa! Qué bonito beso <3 gracias por compartirlo. Igual no conocía el libro, ahora me ha dado curiosidad :P
ResponderEliminar¡Beesitos! :3
Hola!! menudo beso de escándalo aunque a mi me daría miedo en la barandilla de un barco jejeje. Besos!!
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