Sin más aviso que aquella escueta y abrupta aceptación, el condestable la
había agarrado, inclinado la cabeza sobre ella y tomado posesión de sus labios
con fiereza. Lori quiso resistirse. ¡Debía hacerlo! Convencida de ello, posó
las manos contra el robusto pecho del hombre y lo empujó —le pareció— con
decisión. No debía permitirlo. Él no merecía que se rindiese, pero el sabor de
aquella boca era tan embriagador y la vehemencia con que la poseía tan
excitante que, a los pocos segundos, con las piernas temblorosas y un buen
barullo en las entrañas, estaba respondiendo a ese rudo contacto.
Olvidó, entonces, el miedo que había sentido aquella noche, el enojo por
los reproches de él y hasta el lugar en el que se encontraban. Imposible no
hacerlo cuando aquel arrollador beso era incluso mejor que el primero que
habían compartido. Lo sabía porque decenas de veces lo había recreado en su
mente, cuando hubiera querido silenciar su recuerdo.
Nerian, que hacía rato que había dejado de notar el dolor del hombro y
echado a un lado sus modales y la prudencia, gruñó excitado al intuir la
vacilante respuesta de Lorianne. Animado por esta, la rodeó con sus brazos y,
apretándola contra su cuerpo, dejó salir todo el deseo que por ella había
acumulado a lo largo de aquellos meses y que en ese instante amenazaba con
hacerle perder el control.
Codicioso, asedió sus labios con urgencia, casi con desesperación.
Sosteniéndola con firmeza, la hizo retroceder hasta que su espalda topó con el
blanquecino tronco de un abedul.
Ella no protestó. Se sentía muy atrevida por estar compartiendo un beso tan
fogoso, aunque no pudo más que sorprenderse cuando Worth comenzó a mordisquear
su boca y dejó sentir sobre ella el tacto de su lengua. Lorianne no sabía
exactamente cómo responder a algo tan osado… «Y agradable», pensó separándose y
jadear. Él aprovechó el momento y, conteniéndose a duras penas para no asaltar
el interior de su boca, profundizó el beso.
La invasiva caricia conmocionó a Lori durante un breve instante, hasta
comprobar lo apasionado e íntimo que era aquel nuevo contacto y lo sensual que
le resultaba. Embriagada por la sensación que la recorría de arriba abajo,
elevó las manos —frías como un carámbano— hasta tocar la ardiente piel de su
cuello, y después enredó los dedos en el grueso y ensortijado cabello del
condestable, permitiendo a su cuerpo amoldarse a la fuerte musculatura masculina.
El frío de aquellos dedos sobre su nuca, y deslizándose por entre su pelo
después, lo hizo estremecer hasta lo más profundo, pero el juego de
temperaturas, la suavidad de sus formas ajustándose a la perfección a su
cuerpo, aquel aroma suyo que podría reconocer en cualquier lugar y lo delirante
de saberse, en parte, dentro de ella, logró excitarlo aún más. Quiso provocarle
los mismos temblores que asolaban su cuerpo, el mismo ardor que inflamaba su
sangre, el mismo anhelo que albergaba su corazón. Incapaz de apartarse de ella,
subyugado como estaba por las inexpertas caricias de su lengua, Nerian deslizó
las manos bajo la capa de Lorianne y, ávido, recorrió sus caderas y la grácil
cintura. Jadeó agonizante ante la redondez de sus nalgas y la apretó aún más
contra su pelvis. El gemido femenino que vibró en su boca se extendió por su
pecho, amenazando con hacerlo estallar.
Lori, sumida en una delirante espiral de sensaciones, anhelos y emociones,
palpitando toda ella de deseo al sentir la presión de las palmas extendidas
sobre su trasero y la dureza que empujaba contra su vientre, imitaba audaz los
movimientos de aquella lengua que, con descaro, buscaba la suya y la incitaba a
continuar. Sollozó cuando una de las manos de Worth ascendió por su espalda y rodeó
su talle para situarse al abrigo de su pecho. La caricia fue tan ardiente como
la mirada que él le dedicó al interrumpir el beso para observarla. Lori creyó
que se derretía ante esos ojos verdes en los que, más que ternura, encontró
crudo deseo.
Nerian la contempló fascinado. Se veía tan voluptuosa con la mirada
iluminada, la respiración desacompasada y los labios hinchados por el
desenfrenado beso, que se le antojó la criatura más perfecta y deseable que
jamás hubiera visto.
Lori jadeó con fuerza cuando las dilatadas pupilas de Nerian buscaron el
límite de su escote, y su mano, atrevida, las acompañó. La yema del pulgar se
paseó por el borde del vestido antes de colarse bajo la tela y rozar un lugar
que hizo que todo su cuerpo se pusiera en alerta.
—¡Oh, Dios! —musitó Lorianne, cerrando los ojos. Le ardía la piel allí
donde él la tocaba.
Un pretendiente para la señorita Bowler – Ana F.
Malory
hola
ResponderEliminarains, que ganas de leer este libro porque el condestable es un personaje de Minstrel Valley del que tengo mucha curiosidad. No estoy segura cuando me tocará, el proximo que empezare es el sexto
Gracias por la reseña
Besotessssssssssss
Me encanta leer estas escenas parece una lectura que disfrutaría así que al leer un poquito sobre el me hace ansiar leer todo el libro
ResponderEliminarGanas de leerlo
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarMe ha gustado la escena y el libro no lo he leído.
Nos leemos.
Hola Neftis!!
ResponderEliminarSe lee interesante muy interesante.
Besos💋💋💋