—Tú no necesitas que te
defienda, Jack. Es solo sexo, ¿recuerdas?
Los ojos negros se
oscurecen y con la cortina de terciopelo rojo de fondo adquieren un brillo más
peligroso de lo habitual. Parece salido del infierno.
—Tienes razón.
Mueve los brazos tan rápido
que no consigo reaccionar hasta que me descubro sentada encima de él. Coloca
una mano en la piel desnuda de mi espalda y la otra alrededor de mi cintura. Él
lleva una camisa blanca y americana oscura, no va vestido de gala y deduzco que
ha entrado en la ópera sin ser visto.
—Suéltame.
Me besa el cuello, sube la
lengua despacio hasta la oreja y me muerde el lóbulo.
—No.
Besa la mejilla y la
mandíbula mientras dibuja círculos con la mano que tiene en mi espalda. Mueve
los dedos como si estuviese tocando el piano y mi piel fuese su partitura
preferida.
—Estás preciosa.
Cierro los ojos e intento
resistirme. Estoy a punto de conseguirlo, estoy a punto de levantarme y de
exigirle que se vaya cuando él me susurra al oído:
—Bésame, Siena, solo una
vez más. Te necesito.
Giro el rostro y busco sus
labios.
Tendría que haber sabido
que no nos bastaría con un beso. Jack me levanta y me cambia de posición, ya no
estoy de lado, ahora estoy de horcajadas encima de él.
Tira de mí y vuelve a
besarme, flexiona los dedos que tiene en mi espalda como si buscara el modo de
contenerse. Le acaricio el rostro, paso las manos por su pelo cuando él me besa
con más fuerza y más desesperación que antes. Aparta la mano de mi cintura y la
esconde bajo la seda dorada del vestido. Sube por las medias, tiembla al llegar
al muslo y dibuja el liguero y segundos después sigue avanzando hasta colocarse
encima de mi entrepierna.
—Jack, no podemos...
—Me da igual, te necesito.
Desliza unos dedos bajo la
delicada prenda y me estremezco al sentir lo mucho que me afecta.
—¡Dios mío, Jack!
—¿Te gusta?
Me sonrojo y le beso.
Vuelve a sucederme lo de esta mañana, el mundo se desvanece, mi cordura se
desmorona, solo sé que quiero estar con Jack y que nada de lo que hacemos
juntos está mal, ¿cómo puede estarlo?
—Dímelo o dejo de tocarte.
Nunca pensé que pudiera ser
así, que existiese un sentimiento tan fuerte y tan puro que pudiese eliminar
cualquier inhibición.
—Jack, por favor.
Me besa, su lengua recorre
el interior de mi boca. La mía se pierde en la de él y me sujeto al respaldo de
la butaca. No quiero tocarle, tengo miedo de lo que haré si lo hago.
—Dímelo.
Mueve la mano muy despacio,
es la insinuación de una caricia. Después, empieza a apartarse.
—Me gusta.
Jack sonríe y vuelve a
acariciarme.
—Tócame tú a mí.
No lo hago, sigo besándole
y diciéndome que aún soy capaz de detenerme.
—Tócame, por favor. Yo no
tengo miedo de decírtelo. Tócame.
Jack me muerde el labio y
los dedos con los que está acariciándome se vuelven más atrevidos, más
sensuales. No puedo evitar gemir ni que se me erice la piel. Me suelta el labio
y me mira.
—Estoy aquí. He venido.
Odio necesitar esto.
—Yo también.
Sonríe con cierta tristeza
y me besa despacio.
—Tócame.
Aparto las manos de la
silla y las bajo por la camisa de Jack. Le desabrocho el cinturón y le acaricio
la erección. Él cierra los ojos y lo siento excitarse aún más. Supongo que es
lo único que estamos dispuestos a reconocer. Empieza a oírse ruido en el
pasillo y me asusto. Si Valenti nos encuentra así, lo matará.
—Jack, tenemos que...
—Tenemos tiempo. No dejaré
que te pase nada. ¿Confías en mí?
Es la peor pregunta que
podría haberme hecho.
—No —le contesto.
Él se detiene y me mira.
—No dejaré que nadie nos
vea así, Siena. Sé que te he dicho que no soy un buen hombre y que te haré daño
y, créeme, no te he mentido.
—Entonces, ¿cómo puedes
preguntarme si confío en ti? No debería, tú mismo me has advertido que no lo
haga.
¿Qué estoy haciendo? Tengo
que levantarme y salir corriendo de aquí.
—Voy a volverme loco,
Siena. —Aparta la mano que tiene en mi espalda y me acaricia la mejilla —. Sé
que es injusto, sé que no me lo merezco, y sé que debería soltarte. Pero te
prometo que nunca permitiré que nadie te vea así conmigo. En este sentido,
cuidaré de ti.
—Te refieres al sexo, ¿no?
—Sí.
Le acaricio, el aprieta los
dientes y la cabeza le cae hacia atrás. No puede controlarlo, esto también es
superior a sus fuerzas.
—Dime que me necesitas —le
pido enfadada con lo que me hace sentir.
—Te necesito.
Nunca he hecho nada similar
a esto, pero este hombre me convierte en una desconocida que es capaz de todo
para intentar descifrar qué es esto que estamos sintiendo y que nos consume
nada más vernos.
—Dime que me necesitas a
mí. Solo a mí.
Jack no dice nada, me
incorporo tanto como me permiten las piernas, que no dejan de temblarme, y guio
su sexo hacia mi interior. Él abre los ojos y me mira.
—Joder, Siena. —Me sujeta
por la cintura y me besa desesperado—. ¿Cómo puedes pensar que necesito a
alguien más?
Es una frase preciosa, de
esas que me destrozan el corazón y que sé que me torturarán durante años, pero
no es lo que quiero que me diga.
—No. —Empiezo a moverme muy
despacio—. Dime que me necesitas a mí. Solo a mí.
—¡Maldita sea, Siena! Te
necesito a ti. Solo a ti.
Nos besamos furiosos, otras
partes de nuestros cuerpos se niegan a separarse. No estoy acostumbrada a
sentirle dentro de mí y esta vez es incluso más intensa que esta mañana. Ahora
soy yo la que necesita recordar, grabarse en la cabeza, que es solo sexo.
Jack me sujeta por la
cintura para que no me mueva y levanta las caderas con fuerza de la silla. Estoy
a punto de gritar, los dos estamos vestidos y tenemos que estar en silencio si
no queremos aparecer mañana en la portada de todos los periódicos.
—No grites. Bésame —susurra
pegado a mis labios.
—Bésame tú.
Sonríe y me besa, me besa,
me besa, me besa... Nuestros orgasmos quedan ocultos en esos besos.
Estoy entre sus brazos. Él
ha dicho antes que odia necesitar esto. Yo odio sentir que en sus brazos es
donde debo estar. Me obligo a apartarme y a levantarme. Me aliso el vestido y
vuelvo a sentarme en mi butaca, con manos temblorosas abro el bolso y busco la
polvera para retocarme el maquillaje. La mujer que me devuelve la mirada en la
polvera no soy yo, no puedo serlo.
¿En qué me está
convirtiendo este hombre?
Vanderbilt Avenue – Anna Casanovas