Su erección presionando
bajo su cuerpo contra la tela de los vaqueros. Se frotó sobre él y Luke respiró
hondo contra su boca, antes de volver a deslizar las manos por su espalda con
una lentitud que la hizo enloquecer. Para cuando sus dedos levantaron el dobladillo de su falda y le acariciaron la
piel de los muslos, Harriet estaba a un paso de rogarle que acabase con esa
tortura de una vez por todas.
—Harriet —rozó sus labios—,
creo que deberíamos parar ahora.
—No quiero parar.
—Me lo estás poniendo muy difícil.
—No dejes de tocarme
—jadeó.
—Joder. Sabes que mi
autocontrol tiene un límite muy frágil, ¿verdad?
Luke deslizó la mano que mantenía
entre sus muslos, ascendiendo hasta arriba, incapaz de contenerse. Tenía la
piel sedosa, caliente, tan apetecible…
—Más.
—¿Quieres más? —Mordisqueó
su barbilla con suavidad—. ¿Así…? —Le acarició por encima de la ropa interior.
Estaba mojada, deliciosa, entre sus brazos. Era una tortura.
Tanteó con los dedos antes
de tocarla sin reparos.
—Dios mío, Luke…
Y oírla decir su nombre de
aquel modo…
—Siénteme. Cierra los ojos.
Harriet gimió, sujetándose
con fuerza a sus hombros. Él le lamió el lóbulo de la oreja antes de susurrar:
—¿Sigues queriendo más?
—Sí, mucho más.
Le acarició con el pulgar,
trazando lentos movimientos circulares hasta notar cómo a ella empezaban a temblarle
las piernas mientras se arqueaba y recostaba la espalda contra el volante del
coche.
—Luke, quiero tocarte
—pidió con voz ahogada, aturdida por el placer que le sacudía. Estaba
ardiendo—. Deja que lo haga…
Se apresuró a buscar la
hebilla de su cinturón y después tanteó en la oscuridad hasta empezar a desabrochar
los botones de los vaqueros. La respiración de Luke se tornó más pesada y
sonora; dejó de acariciarla, deslizó la mano por su trasero e intentó
tranquilizarse…
Intentó, que no consiguió.
El corazón le latía atropelladamente.
—Harriet, no deberíamos.
Esto no está bien. No para ti, al menos.
—Deja que sea yo quien
decida si está bien o no. —Ella le dio un beso seductor, dulce, y lo cogió de
la mano—. Guíame. Dime qué te gusta. Dime qué tengo que hacer.
—Me estás matando…
—Solo quiero que puedas
sentir lo mismo que tú me haces a mí. Y me haces sentir muchas cosas, Luke. Necesito esto ahora.
Necesito saber cómo sería tenerte. Quedarme el recuerdo.
Él tembló. No la besó, no,
le mordió la boca, hundió la lengua en aquellos labios que acababan de aniquilar
todo su control con apenas un par de palabras. Luke jamás se había sentido tan
excitado, tan fuera de sí. Quería poseerla de todas las formas posibles. Quería
ver la satisfacción en sus ojos cálidos cuando se corriese. Quería que el instante
durase para siempre.
Cogió su mano, suave y
pequeña, y acarició con ella su propia erección por encima de la ropa interior
que todavía estorbaba entre ambos. Harriet se frotó contra él, anhelando sentirlo
en su interior…
—¿Notas lo duro que estoy?
—Ella asintió—. Te juro que jamás había deseado a nadie como te deseo a ti. Harriet,
eres preciosa. Eres perfecta.
Harriet liberó su miembro palpitante
y lo rodeó con los dedos. Él dirigió los movimientos con su propia mano,
guiándola, sin dejar de besarla, antes de que ella se adueñase de la situación
y marcase el ritmo, que era cada vez más rápido, más intenso, y Luke tuvo que
frenarla porque esas manos… Joder, esas manos terminarían en nada con todo su
autocontrol. La levantó de su regazo con suavidad y ambos terminaron tumbados
sobre el asiento trasero, Luke sobre ella. Sin abandonar sus labios, le levantó
el vestido hasta la cintura.
—No puedo parar de besarte,
Harriet.
—Bien, porque no soportaría
que lo hicieses.
Luke sonrió contra su boca
y enterró de nuevo la lengua en aquella cavidad dulce y húmeda que lo hacía
delirar. Era tan adorable, tan diferente… No estaba seguro de si tenía que ver
con el hecho de que le parecía increíblemente sexy cuando más pretendía no
serlo, o si se trataba de esa complicidad, esa calma que sentía cuando ella
estaba a su lado, como si hubiese llegado a una especie de destino después de
un largo trayecto. Conseguía apaciguar sus miedos. Y, cuando Luke vaciaba la cabeza
de pensamientos enredados, era finalmente él mismo, la persona que deseaba ser.
Harriet le importaba.
Le importaba de verdad.
23 otoños antes de ti – Alice Kellen