—Lo de que yo era bueno...
—Ah, sí. ¿Qué hay de eso? —aquellas pocas
frases de pronto me parecieron lo más embarazoso del mundo. Bajé la cabeza y
empecé a darle vueltas a un trozo de tela del vestido.
—Te agradezco que quieras hacerlo creíble,
pero no hacía falta que fueras tan lejos.
Levanté la cabeza de pronto. ¿Cómo podía
pensar eso?
—Maxon, eso no lo dije por el programa. Si
me hubieras pedido mi opinión sincera hace un mes, habría sido muy diferente.
Pero ahora te conozco, y sé la verdad, y eres todo lo que dije que eras. Y más.
Se quedó en silencio, pero había una tímida
sonrisa en su rostro.
—Gracias —soltó por fin.
—No hay de qué.
Maxon se aclaró la voz.
—Él también tendrá suerte —afirmó, bajando
de la baranda y acercándose al lado del balcón donde estaba yo.
—¿Eh?
—Tu novio. Cuando recupere la lucidez y te
ruegue que le dejes volver —añadió, con toda naturalidad.
No pude evitar reírme. Aquello no sucedería
jamás.
—Ya no es mi novio. Y dejó bastante claro
que habíamos acabado —hasta yo misma noté el minúsculo rastro de esperanza en
mi voz.
—Eso no es posible. Ahora te habrá visto en
la tele y habrá vuelto a caer prendado de ti. Aunque en mi opinión sigue sin merecerte
—Maxon hablaba casi como si estuviera aburrido, como si hubiera visto cosas así
un millón de veces—. Y eso me recuerda... —añadió, levantando un poco la voz—.
Si no quieres que me enamore de ti, vas a tener que dejar de estar tan
encantadora. Mañana a primera hora haré que tus doncellas te cosan unos
vestidos hechos con sacos de patatas.
Le di un golpe en el brazo.
—Calla.
—No bromeo. Eres tan guapa que corres
peligro. Cuando te vayas, tendremos que enviar guardaespaldas para que te
sigan. Nunca sobrevivirías por tu cuenta, pobrecilla —dijo, fingiendo
compasión.
—No puedo evitarlo —suspiré—. ¡Qué voy a
hacerle, si he nacido perfecta! —y eché la cabeza atrás, como si estuviera
agotada de ser tan guapa.
—Nada, supongo que no puedes hacer nada.
Me reí, sin darme cuenta de que Maxon no
hablaba tan en broma.
Me quedé contemplando el jardín y por el
rabillo del ojo vi que me miraba. Su cara estaba increíblemente cerca de la
mía. Cuando me giré para preguntarle qué era lo que miraba tanto, me sorprendió
notar que estaba tan cerca que podría haberme besado.
Y más aún me sorprendió que lo hiciera.
Di un paso atrás enseguida, apartándome.
Maxon también retrocedió.
—Lo siento —murmuró, ruborizado.
—¿Qué estás haciendo? —susurré, sorprendida.
—Lo siento —repitió, girando la cara,
evidentemente avergonzado.
—¿Por qué has hecho eso? —me llevé una mano
a la boca.
—Es que... con lo que has dicho antes, y al
ver que ayer me buscabas..., tu forma de actuar..., pensé que tus sentimientos
habrían cambiado. E igual que tú..., pensé que lo habrías notado —se giró hacia
mí—. Bueno... ¿Tan terrible ha sido? Pareces hasta molesta.
Intenté borrar cualquier expresión de mi
rostro. Maxon parecía estar pasándolo fatal.
—Lo siento muchísimo. Nunca había besado a
nadie. No sé lo que hago. Solo... Lo siento, America —soltó un profundo suspiro
y se pasó la mano por el pelo varias veces, apoyándose en la baranda.
No lo esperaba, pero me sentí halagada.
Me había elegido a mí para su primer beso.
Pensé en el Maxon al que había descubierto
últimamente —el que siempre tenía un cumplido a punto, el que me concedía el
premio de una apuesta aunque la hubiera perdido, el que me perdonaba cuando le
hacía daño, física o emocionalmente— y descubrí que mi opinión había cambiado.
Sí, aún sentía algo por Aspen. Aquello no
podía evitarlo. Pero si no podía estar con él, ¿qué era lo que me impedía estar
con Maxon? Nada más que mis ideas preconcebidas sobre él, que no se acercaban
en absoluto a la realidad.
Me acerqué y le acaricié la frente con la
mano.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy borrando ese recuerdo. Creo que
podemos hacerlo mejor —bajé la mano y me apoyé en él, de cara a la habitación.
Maxon no se movió..., pero sonrió.
—America, no creo que se pueda cambiar la
historia —dijo, pero al mismo tiempo cierta esperanza le iluminó el rostro.
—Claro que podemos. Además, ¿quién más va a
saberlo, aparte de ti y de mí?
Me miró un momento, preguntándose si aquello
estaba bien. Poco a poco vi que su expresión iba pasando de la prudencia a la
confianza. Nos quedamos así, mirándonos a los ojos, hasta que recordé lo que
acababa de decir.
—Qué voy a hacerle, si he nacido perfecta
—susurré.
Él se acercó, me pasó un brazo alrededor de
la cintura, poniéndose justo delante de mí. Su nariz me hacía cosquillas en la
mía. Me pasó los dedos por la mejilla con tal suavidad que por un momento temí
venirme abajo.
—Nada, supongo que no puedes hacer nada
—murmuró.
Maxon me cogió la cara con la mano y acercó
sus labios a los míos, dándome el más suave de los besos.
Aquella sensación de inseguridad hacía que
el momento fuera aún más bonito. Sin necesidad de decir una palabra, entendí la
emoción que suponía para él disfrutar de aquel momento, pero también el miedo
que le provocaba. Y, por encima de todo eso, supe que me adoraba.
Así que aquella era la sensación que
producía ser una dama.