―¿Tienes prisa? ―Lo miré y sonrió.
Dios, qué guapo...
―¿Ahora me tuteas?
―Es que me puedes ―respondió achicando un poco sus ojos.
―Ya ―dije sintiendo que me ponía
nerviosa de nuevo.
―Si pudiera ahora mismo te retendría contra esa pared y me
abalanzaría a por ti.
Madre mía, madre mía.
―Me dejaste con ganas de más. ―Su voz ronca fue directa a
mis partes íntimas.
Me ruboricé sin poderlo evitar y a la luz del día era demasiado evidente
como para esconderlo.
―Andrea… ―su tono era de aviso y lo
miré otra vez.
―No… no puedes decirme eso… así, como si nada.
―Poder puedo. ―Cogió mi mano y me estiró hacia la esquina de una
calle más estrecha, para apoyar mi cuerpo en ella.
Su otra mano se quedó en aquella pared de ladrillo, cerca de mi rostro.
―Otra cosa, es que deba o no. Pero es verte y desearte. ¿Qué quieres que haga?
Tragué el nudo que tenía en la garganta. Una mezcla de deseo, de miedo y de
tensión. Sabía que debía irme de allí, pero sus ojos me tenían atrapada.
Atrapada y muda.
―¿No dices nada? ―acercó sus palabras a mis labios y
sentí que me derretía por dentro.
Mi cuerpo iba a su bola y no respondía a mi parte razonable, la que pensaba
que no debería estar tan cerca de Víctor.
Su mano suave cogió mi cuello y se enredó en el principio de mi cabello. Y
solo con aquel gesto mis rodillas flaquearon. Tuve que concentrarme en no
dejarme caer.
―Andrea, te lo voy a preguntar solo una vez.
Su pulgar acarició mi cuello, sabiendo que aquello me ponía más a su
merced.
―¿Sales con alguien?
Su nariz rozó mi mejilla y sus pestañas provocaron suaves cosquillas en mi
piel.
―No…
―Está bien ―dijo aliviado―. Y… ¿estás enamorada de alguien?
Joder, sus labios me acariciaban el cuello cuando hablaba y me estremecí
como una niñita de quince años.
―Tampoco.
―Bien.
Su barbilla rozo la mía y mordisqueó mi labio, dejándome con ganas de
besarlo. Ufff.
―Nena, en serio, no tienes ni idea de lo que me provocas.
Ahora mismo no sé ni cómo me aguanto las ganas de subirte esa falda.
Dios, dios, dios. Vale, ya.
―Víctor, joder ―le dije quejumbrosa.
―Eso, joder…
Cogió mi mano y entrelazó nuestros dedos, quedándose a un centímetro de mi
boca.
―Esto tenemos que solucionarlo, Andrea. Hoy. Después de
comer.
Lo miré alucinada por su seguridad.
―Lo deseas. Te lo leo en los ojos. Yo voy a explotar y al
final haré cualquier tontería.
Me mordí el labio, estaba excitadísima y sentía tantas cosas que me costaba
pensar con claridad.
―Dime que sí, por favor.
Su voz de ruego acabó logrando que sucumbiera a sus encantos.
―Sí...
Y sin esperarlo su lengua se introdujo en mi boca, despacio, muy
lentamente, buscando la mía. Le correspondí con un deseo desconocido para mí.
Puse mis manos en su cintura y noté su fuerte musculatura. Madre mía, qué bueno
estaba. Sus manos cogieron mi rostro y el calor de su cuerpo pasó al mío. Nos
acercamos un poco más, pero tuvimos que detener aquello. Estábamos en medio de
la calle y, aunque fuera estrecha y poco transitada, no era plan.
Nos separamos y ambos reemprendimos la marcha sin decirnos nada más. No sé
él, pero yo sentía como si flotara, como si estuviera soñando. No podía ser que
alguien me hiciera sentir de esa forma ni que yo me dejara besar de aquel modo
en medio de la calle en plena mañana. Yo era más comedida, por supuesto. Y
puntualicemos, no me había dejado besar; yo también lo había besado.
Tengo un whatsapp – Susana Rubio