Entrelazó
sus dedos con los míos con decisión y me arrastró hacia el centro del local. A
continuación, como si fuese lo más normal de mundo, sus manos se enredaron en
mi cintura y pegó su cuerpo al mío todo lo que pudo, dejándome sin respiración.
Comenzó a moverse lentamente, llevándome con
él, a pesar de que la música que sonaba de fondo era una especie de salsa con
un ritmo frenético. Mantuve la vista clavada en el suelo durante lo que pareció
una eternidad, intentando convencerme de que sus manos no me quemaban y de que
su olor no me hacía enloquecer.
Se me erizó el bello de la nuca cuando sus
labios rozaron mi oreja.
—¿Por qué no me miras? —preguntó,
pronunciando cada palabra con una inquietante lentitud.
<<Porque estamos tan, tan sumamente
cerca, que sé que si alzo la cabeza sufriré un infarto de un momento a otro. Y
soy demasiado joven para morir. Quiero tirarme en paracaídas, quiero tener
hijos, quiero teñirme el pelo de color naranja al cumplir los
cincuenta...>>.
No, no.
Tenía que ser fuerte.
No podía permitir que Alex tuviese poder
sobre mí. Era agua pasada. Y podíamos ser viejos conocidos, lo único que debía
hacer era comportarme como una persona adulta y madura de veintisiete años que
tenía un trabajo estable en una prestigiosa editorial. Esa era yo. Emma, la
invencible.
Levanté lentamente la cabeza hasta que
nuestras miradas se encontraron.
Alex sonreía. Tenía los ojos brillantes,
ligeramente entrecerrados a causa de ir algo achispado. Me sobresalté cuando
sus manos descendieron despacio por la curvatura de mi espalda, acercándose
peligrosamente a mi trasero.
No, bajo ningún concepto.
Por encima de mi cadáver.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —siseé.
—Te acaricio la espalda —sonrió más
abiertamente y se aventuró a inclinar su cabeza hacia la mía—, de momento...
—No puedes tocarme —aclaré, pero no me moví.
No permitiría que él llevase el control de la situación. Me mantendría firme.
Sería implacable. Sería letal.
—¿Por qué no?
—Eh, déjame pensarlo... —fingí que meditaba,
apoyando un dedo sobre mi barbilla—. ¡Ah, sí, lo tengo! ¡Porque ya no estamos
juntos! —concluí, alzando levemente la voz.
Alex no pareció escuchar mis palabras, pues
una de sus manos rozó el borde de mi camiseta y sus dedos se internaron bajo
ésta, acariciándome la piel, trazando cálidos círculos...
¿Cómo se atrevía...?
¿Cómo osaba hacer algo tan íntimo después de
todo lo que había pasado entre nosotros?
Cuando volví a bucear en el océano de sus
ojos, advertí que me retaba con la mirada, mostrándome una estúpida sonrisa
presuntuosa. Tal comportamiento merecía una acción ofensiva.
Lentamente, descendí las manos desde sus
anchos hombros hasta su torso, palpando cada centímetro de su cuerpo por encima
de la ajustada camiseta negra que vestía. Alex pareció asombrarse en un primer
momento, pero en seguida volvió a mostrarse seguro de sí mismo mientras me
levantaba ligeramente la camiseta para acariciar la piel de mi espalda con más
libertad.
Di un pequeño saltito, angustiada. Apenas
podía tragar saliva y respirar se estaba convirtiendo en una tarea ardua. Ese
hombre enviaba ondas electromagnéticas de calor a mi cuerpo como si fuese un
maldito microondas.
¿Hasta dónde quería llegar?, ¿qué extrañas
ideas se amontonaban en su diminuto cerebro?
Finalmente, tomando una acción arriesgada,
descendí todavía más las manos hasta tocar su cinturón y el borde de los
vaqueros. Y me quedé ahí, quieta, congelada, a la espera de que al fin él se
apartase.
Pero no lo hizo.
Inclinó su cabeza escondiendo su rostro en
mi cuello e, inmediatamente, sentí la humedad de sus labios cuando comenzó a
depositar pequeños besos por mi clavícula. Me estremecí de los pies a la
cabeza. Era una sensación extraña pero, al mismo tiempo, agradablemente
familiar.
Abrí los ojos de golpe, sintiéndome fuera de
mí misma, como si estuviese drogada —cosa bastante probable, dado la cantidad
de copas que ahora intentaba digerir mi estómago. Esa noche trabajaba a jornada
completa—. Luces de diversos colores danzaban de un lado para otro,
aturdiéndome, y la gente a nuestro alrededor seguía bailando sin descanso,
totalmente ajena al hecho de que mi vida estaba a punto de desmoronarse como un
castillo de naipes frente a un furioso terremoto. La música salsa que sonaba de
fondo me sonaba, ¿no era Marc Anthony o algo así? ¡No lo sé, no lo sé, no podía
pensar con claridad!
Alex estaba mordisqueándome el lóbulo de la
oreja y ese simple gesto era suficiente para nublarme la mente. El único
pensamiento que tenía claro era que, definitivamente, no estaba siendo letal.
Pero cuando sus labios se deslizaron
suavemente por mi mejilla, incluso aplasté ese último resquicio de cordura.
Sencillamente, mi mente se quedó en blanco.
Alex se alejó unos centímetros para poder
mirarme a los ojos. Probablemente, ése era el momento exacto en el que debería
haberme hecho a un lado, interponer con firmeza una mano entre nosotros y
decir: <<Tenemos que dejar de comportarnos como unos adolescentes>>.
Pero, dado que lo único que hice fue mirarle
ligeramente embobada, Alex sujetó mi rostro entre sus manos y me besó, con tal
intensidad que me temblaron las piernas. Fue como si de pronto olvidase todo lo
malo que había ocurrido entre nosotros, porque besarle se me antojaba algo tan
natural como respirar. Y su atrayente aroma era tan reconfortante... tan...
normal...
Jadeé y
entreabrí los labios, permitiendo que nuestras lenguas se rozasen. Alex rodeó
mi cintura con la mano que tenía libre y, me estrechó con tanta fuerza, que en
un momento dado advertí que mis pies habían dejado de tocar el suelo y que él
me sostenía entre sus brazos.