—No… por favor —dijo mientras me sujetaba tenaz. Se había puesto serio de
nuevo—. El baile aún no ha terminado. No te me escapes. —Su voz se fue apagando
hasta acabar en un murmullo, en un ruego que me estremeció—: Esta vez no.
Noté sin embargo cómo aflojaba la presión, cómo sus brazos se volvían
cadenas de papel, fáciles de rasgar; me faltó voluntad para hacerlo.
Su mano buscó mi pelo.
—¿Puedo? —Noté que rozaba el palo que mantenía sujeto el recogido.
Asentí y, en un movimiento cautivador y pausado, retiró el abalorio para
que, libre, el cabello ondulado se dejara caer y acariciara mi espalda.
—Me gusta más así —dijo.
Sus dedos juguetearon con algunos mechones cercanos a mi rostro. El
cosquilleo me hizo sonreír y eso le hizo concentrar toda su atención en mis
labios, que rozó con el pulgar y abrió delicadamente apenas unos milímetros. Me
miró como pidiendo permiso. Desde luego no pensaba negárselo.
Me besó, y sus caricias, sutiles, lentas y discontinuas, me hicieron
desearlo aún más.
—Duncan —suspiró mi boca entre la suya, que, repentinamente armada de una
pasión menos controlada, arrasó con mis palabras, reduciéndolas a cenizas.
«¿Y ahora qué?». Aunque sus sentimientos por fuerza debían de ser
diferentes a los míos —él no guardaba recuerdos de nuestro último mes y medio,
y mucho menos de nuestra vida pasada—, habíamos alcanzado en tiempo récord el
mismo punto de atracción física vivido en París. Solo que esta vez Duncan era
de carne y hueso y, aunque se definiera como un tipo clásico, no dejaba de ser
una persona del siglo XXI, sin las cortapisas morales o sociales que podía
tener Robert Galloway a la hora de cortejar a Jane Elliott. Al fin y al cabo,
Duncan era libre, y yo… Yo no lo era tanto en realidad. Mis dudas se
interponían entre los dos. Porque mi deseo, mi sueño, no era otro que culminar
aquel amor, experimentar por primera vez lo que era ser amada por alguien…
«pero solo cuando Duncan haya recordado quién fue para mí y quién fui yo para
él. Aunque besa tan bien… que no creo que exista fuerza humana que pueda
apartarme de él esta noche».
La mezcla de sentimientos me hizo temer que pudiera perder el sentido allí
mismo, entre sus brazos. Una sensación desconocida me quemaba por dentro.
¿Quién diablos eres? – Raquel de la Morena
¡Hola! Ay, esta historia es tan especial... Deseando que la autora saque nuevos libros :)
ResponderEliminarBesos
Pero que momentos nos dejas leer de vez en cuando, me dejas con ganazas siempreeeee
ResponderEliminarBesos =)
Hola!
ResponderEliminarNo he leido este libro, pero es una escena muy bonita.
Besos
hola,
ResponderEliminarestupendo fragmento de este libro que me gusto un monton
Besotessssssssssssssssss
Me muero por leer este libro <3
ResponderEliminarBesos