—Esto solo lo complicará más —consiguió contestar pasados unos segundos.
—Solo una noche —susurró la muchacha, y salió de la bañera—. La primera y
la última, el recuerdo que nos unirá para siempre. Deja que te lleve conmigo de
esa forma.
Sus pequeñas manos se aferraron a las de Gabriel para ponerlo en pie y,
tras unos instantes en los que no hicieron otra cosa que mirarse, se refugiaron
el uno en brazos del otro con un ansia imposible de contener. Sus bocas se
reencontraron, aunque no como en Malmaison; se agarraron mutuamente como dos
enajenados, se devoraron con el hambre de quien no ha probado bocado en un año
y, antes de que pudieran pensar en lo que estaba ocurriendo, habían alcanzado a
tientas la cama de baldaquino.
La ropa de Gabriel también estaba empapada debido a la tormenta, y sus
dedos se enredaron con los de Shaheen al desabrocharse a tirones el chaleco.
Dejar de tocarla unos segundos le supuso una agonía atroz, y al final permitió
que fuera ella quien le arrancara la prenda mientras, tras apartar a un lado
sus rizos empapados, hundía la cara en el cuello de la muchacha para recorrerlo
con los labios, provocándole un gemido mezcla de sobresalto y de deleite que le
hizo estrecharla aún más contra sí sobre el cobertor de raso.
Fue en ese momento cuando le asaltó la revelación: no habría escapatoria
para él después de saborear algo así. Una sola dosis, por pequeña que fuera, lo
convertiría en un drogadicto. Le haría pasar el resto de su vida buscándola en
cada cama, en cada cuerpo.
—Deja que me marche contigo —musitó contra su cuello. Aquello le hizo
apartar los ojos del baldaquino para mirarlo con perplejidad—. Que te acompañe
a Fréjus para embarcar también. Nos escaparemos juntos y nadie podrá dar con
nosotros.
—Pero tu rastro es más sencillo de seguir que el mío. Si Bonaparte descubre
que...
—Olvídate de Bonaparte, Shaheen. No pienso seguir agachando la cabeza ante
un cretino como él. No quiero renunciar a lo único que me ha importado por su
culpa. —Le rodeó la cintura para atraerla más hacia sí—. Te quiero a ti
—susurró contra sus labios.
Estaban tan cerca que podía sentir los latidos del corazón de ella en su
pecho. Sus ojos le recordaron más que nunca a los de una niña, redondeados por
la estupefacción.
—Pero ¿qué vas a hacer conmigo en Egipto, Gabriel? —Era la primera vez que
lo llamaba por su nombre, y la reacción que aquello provocó en él le hizo
sentirse como un violín afinado por primera vez—. ¿Cómo vas a ser feliz lejos
de París, de la vida que...?
Antes de que acabara de hablar, la boca del joven volvía a estar sobre la
suya y su abrazo la había hecho caer de espaldas entre los almohadones.
Demasiado embriagada para pensar con claridad, cerró los ojos mientras sentía
cómo sus labios se deslizaban a lo largo de su garganta para acabar
descendiendo entre sus clavículas. Cada movimiento de la boca de Gabriel le
provocaba un pequeño jadeo, hasta que sus caricias alcanzaron la piel
extrañamente sensible de su pecho y la muchacha pensó que se derretiría de
placer.
La voz de Amunet – Victoria Álvarez
Hola ^^
ResponderEliminarY yo con el libro sin leer, soy un desastre xD
Hola! Es muuy bonito (y muy duro) este romance *__* Buen libro La voz de Amunet.
ResponderEliminarSaludos!
Holaaa, uff, qué momento has puesto por aquí, realmente tengo muchas ganas de ponerme con Victoria nuevamente, así que ojalá pronto llegue a mis manitas este bebé :D
ResponderEliminar¡Besos! :3