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viernes, 21 de agosto de 2020

Besos de libro #298 Te regalaré pensamientos (II)



—¿Me besará? —Solo cuando vio la sonrisa ladina de Cameron comprendió que había expresado su pensamiento en voz alta.
—Por supuesto. No solo ansío volver a probar el sabor de tus labios, también quiero comprobar la suavidad de tu piel bajo mis dedos y descubrir las curvas secretas de tu cuerpo. ¿Y tú, Maddison? ¿Deseas que lo haga? —Acortó la escasa distancia entre ellos hasta que respiraron el mismo aliento—. Dilo. Di que deseas mis besos.
Acercó los labios a los de su inminente prometida, pero en el último momento se retiró, haciendo que la frustración creciese en la joven.
—No te he oído. —Jugueteó con ella dejando besos como aleteos de mariposa en su mandíbula y debajo del lóbulo de la oreja—. ¿Quieres que te bese?
—Por favor, hazlo de una vez —rogó antes de rendirse en los brazos del que sería su esposo y dejase que sus sentimientos se apoderasen de ella.
—Como órdenes.
Esta vez no hubo tiento, ni dulzura ni contención. Hubo un beso apasionado y dominante, un saqueo de todos sus sentidos y una lucha de voluntades que Maddison supo que había perdido incluso antes de comenzar. Jadeó en su boca y se abrazó con desesperación a sus hombros por temor a que las piernas no la pudiesen sostener. Las delicadas curvas de su cuerpo encajaron con las de Cameron y la excitación se apoderó de él. Subió una mano hasta enredarla en el cabello de la joven y con la otra la guio por la cintura hasta obligarla a inclinarse hacia atrás. Bajó sus labios hasta el cuello de Maddison y trazó espirales con la lengua que la catapultaron a un estado de excitación jamás descubierto. Murmuró su nombre, desesperada por conseguir más de aquellas atenciones y mostró una audacia que no sabía que tenía cuando enredó los dedos en los cabellos negros de su prometido y lo obligó a besarla de nuevo en los labios. Su cuerpo ardía en fiebres y lo único capaz de calmarlo eran los dedos de Cameron mientras se deslizaban por el borde de su escote en búsqueda de la turgencia de sus pechos.
Todo aquello era una locura, una embriagadora y dulce imprudencia que Cameron debía detener. Y lo hubiese hecho si él no sintiese que lo necesitaba tanto como ella.

Te regalaré pensamientosTessa C. Martín


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1 comentario:

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