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viernes, 11 de mayo de 2018

Besos de libro #194 Sueños de piedra (III)


-No. No te vayas.
El vacío me recorre también de una manera inesperada. Lo miro, dispuesta a volver a asaltar su boca, pero él tiene los ojos cerrados y está tenso. Se obliga a respirar hondo. Sus manos siguen en mi cintura y casi parece que se aferre a ella como un ancla que evita que un barco se pierda a la deriva.
—Lynne —murmura con voz ronca, con esfuerzo—. Diga lo que diga mi nombre, no soy de piedra. Y me estás poniendo muy… difícil lo de ser un caballero…
Durante los primeros segundos ni siquiera entiendo de qué me está hablando.
Y cuando comprendo, no me lo creo.
Entreabro los labios y él me mira, casi avergonzado. Y yo… yo casi tengo ganas de echarme a reír. De diversión, sí, pero también de… felicidad. Nunca nadie me había detenido, precisamente. Él no quiere solo eso de mí. Si lo quisiera, ¿por qué iba a pararme justo ahora? ¿Por qué apartarse? Hace ademán de poner espacio entre nosotros, pero yo lo detengo, obligándolo a mantener sus manos sobre mi cintura. Él da un respingo, mirándome, confuso. Yo me echo hacia delante y vuelvo a tocar mi boca con la suya. Otro escalofrío. No me voy a cansar nunca de la sensación. ¿Qué más podrá hacerme sentir?
—No tienes que ser un caballero ahora, Arthmael —susurro, contra su boca—. Está bien.
—Pero…
—Está bien.
Lo beso, como si así pudiera demostrárselo. Porque es cierto. Está bien. Todo está bien. Creo que es la primera vez también que identifico el deseo corriendo por mis venas, haciéndome arder. Es la primera vez que quiero ver lo que la ropa esconde. La primera vez que dos cuerpos pegados no me parecen un castigo. Es la primera vez que de verdad quiero que alguien me acaricie. Porque si un beso me ha hecho sentir así, ¿qué no me hará sentir cuando sus labios estén por toda mi piel? ¿Qué no me hará sentir su cuerpo?
Él puede curarme. Él puede demostrarme que todavía hay una oportunidad para mí.
—No quiero que te arrepientas de esto… —susurra contra mi boca, un murmullo, y sus manos ya trepan por mi espalda igual que las mías descienden por su pecho.
—No voy a arrepentirme.
Nos volvemos a besar, con más necesidad que antes. Cuando sus labios tocan mi cuello no puedo evitar soltar un suspiro hondo. Cuando mis manos se cuelan bajo su camisa él contiene la respiración. No hay manera de que pueda arrepentirme de algo así.
En medio de otro beso que se convierte en locura, caemos en la cama, enredados, pegados, apretados. Me separo de él para observarlo desde arriba, para ver la manera en que las mejillas se le arrebolan o en que la respiración se le ha turbado por completo. Lo hago incorporar un poco y le saco la camisa por encima de la cabeza. Lo contemplo como nunca había contemplado a nadie. Normalmente sus cuerpos me daban igual. Todos eran iguales. Pero él no. Lo rozo con mis dedos, con el corazón palpitándome en el pecho, en las sienes, en todas partes. Ahí está su cicatriz, en el hombro, allí un par de marcas de nacimiento, en las costillas…
Él traga saliva. Sus dedos suben por mis piernas, arrastrando la tela del camisón bajo su toque. Dejo que lo haga. Quiero que esas manos me recorran. Que descubran todo lo que han querido descubrir en este tiempo. Quiero que me muestre lo que es sentir el placer que siempre he dado, pero nunca he podido recibir.
Alzo los brazos. Con caricias lentas, que se pegan a cada centímetro de mi piel y encienden todavía más esa necesidad imperiosa de tenerlo cerca, me quita la única prenda de ropa.
No siento vergüenza cuando me quedo desnuda ante él, aunque sí cuando veo su manera de mirarme. He visto el deseo de muchos hombres, pero nunca el que aparece en los ojos de Arthmael.
Puedo confiar en él.
Cojo su rostro. Cerramos los ojos. Volvemos a besarnos. Volvemos a agarrarnos al otro. Cuando sus manos descienden por mi espalda y sus dientes arañan mi cuello, tengo que contener un gemido, pero me inclino hacia su oído.
—Que sea como los besos… —susurro, quizá para él, quizá para mí—. Que sea… como si fuera importante.
No dice nada. Se aferra un poco más a mí. Yo me aferro un poco más a él.
Nos perdemos. Durante el tiempo apartado del propio tiempo que viene después nos convertimos en cuerpos y suspiros y perdición y caricias. Y todo eso está bien. Nos recorremos enteros, nos descubrimos, nos mordemos, nos arañamos, nos destrozamos y nos matamos el uno al otro para renacer en nuestro abrazo. Nos movemos, sudamos, cambiamos, peleamos sin luchar. Y es como si nunca me hubiera acostado con nadie antes, pese a todos los años dejándome la piel en el cuerpo de otros. Es como si no supiera de verdad lo que era. Porque no sabía, hasta hoy, lo que podía provocar una sola caricia. Un solo beso. No sabía lo que era temblar de anhelo, no sabía lo que era perder la cordura, la noción del tiempo, del mundo mismo, cuando no hay ningún espacio entre nosotros.

Sueños de piedraIria G. Parente y Selene M. Pascual
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6 comentarios:

  1. ¡Hola!

    Que fragmento más bonito, hay que reconocer que la historia de amor entre estos dos fue muy cuqui.

    ¡besos!

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  2. Hola preciosa!
    Fantástico beso! tengo este libro pendiente de leer y le tengo bastantes ganas.

    −Fantasy Violet−
    Besotes! ♥ 

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  3. Hola!! un libro precioso con unas escenas que cortan el aliento. Besos!!

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  4. Este ha sido el libro que más me ha gustado de las autoras de los que he leído claro.
    Un beso!

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  5. hola,
    no he leido el libro pero me ha encantado esta escena, a ver si me animo con el
    besotes

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  6. Me encanta esta escena es ♥♥♥♥
    Jolines, cuánto me gustó este libro ^^

    Besinos.

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