-No. No te vayas.
El vacío me recorre también de una manera
inesperada. Lo miro, dispuesta a volver a asaltar su boca, pero él tiene los
ojos cerrados y está
tenso. Se obliga a respirar hondo. Sus manos siguen en mi cintura y casi parece
que se aferre a ella como un ancla que evita que un barco se pierda a la
deriva.
—Lynne —murmura con voz
ronca, con esfuerzo—. Diga lo que diga mi nombre, no soy de piedra. Y me estás poniendo muy… difícil lo de ser un caballero…
Durante los primeros
segundos ni siquiera entiendo de qué me está hablando.
Y cuando comprendo, no me
lo creo.
Entreabro los labios y él
me mira, casi avergonzado. Y yo… yo casi tengo ganas de echarme a reír. De diversión, sí, pero también de… felicidad. Nunca nadie me había detenido, precisamente. Él no quiere solo eso de mí. Si lo quisiera, ¿por qué iba a
pararme justo ahora? ¿Por qué apartarse? Hace ademán de poner espacio entre nosotros, pero
yo lo detengo, obligándolo
a mantener sus manos sobre mi cintura. Él da un respingo, mirándome, confuso. Yo me echo hacia delante y vuelvo a tocar
mi boca con la suya. Otro escalofrío. No me voy a cansar nunca de la sensación. ¿Qué más podrá
hacerme sentir?
—No tienes que ser un
caballero ahora, Arthmael —susurro, contra su boca—. Está bien.
—Pero…
—Está bien.
Lo beso, como si así pudiera demostrárselo. Porque es cierto. Está bien. Todo está bien. Creo que es la primera vez
también que identifico el deseo corriendo por mis venas, haciéndome arder. Es
la primera vez que quiero ver lo que la ropa esconde. La primera vez que dos
cuerpos pegados no me parecen un castigo. Es la primera vez que de verdad
quiero que alguien me acaricie. Porque si un beso me ha hecho sentir así, ¿qué no me hará sentir cuando sus labios estén por
toda mi piel? ¿Qué no me hará
sentir su cuerpo?
Él puede curarme. Él puede demostrarme que todavía hay una oportunidad para mí.
—No quiero que te
arrepientas de esto… —susurra contra mi boca, un murmullo, y sus manos ya
trepan por mi espalda igual que las mías descienden por su pecho.
—No voy a arrepentirme.
Nos volvemos a besar, con más necesidad que antes. Cuando sus
labios tocan mi cuello no puedo evitar soltar un suspiro hondo. Cuando mis
manos se cuelan bajo su camisa él contiene la respiración. No hay manera de que pueda
arrepentirme de algo así.
En medio de otro beso que
se convierte en locura, caemos en la cama, enredados, pegados, apretados. Me
separo de él para observarlo desde arriba, para ver la manera en que las
mejillas se le arrebolan o en que la respiración se le ha turbado por completo. Lo hago incorporar un
poco y le saco la camisa por encima de la cabeza. Lo contemplo como nunca había contemplado a nadie. Normalmente sus
cuerpos me daban igual. Todos eran iguales. Pero él no. Lo rozo con mis dedos,
con el corazón
palpitándome
en el pecho, en las sienes, en todas partes. Ahí está su
cicatriz, en el hombro, allí un
par de marcas de nacimiento, en las costillas…
Él traga saliva. Sus dedos suben por mis piernas,
arrastrando la tela del camisón
bajo su toque. Dejo que lo haga. Quiero que esas manos me recorran. Que
descubran todo lo que han querido descubrir en este tiempo. Quiero que me
muestre lo que es sentir el placer que siempre he dado, pero nunca he podido
recibir.
Alzo los brazos. Con
caricias lentas, que se pegan a cada centímetro de mi piel y encienden todavía más esa necesidad imperiosa de tenerlo cerca, me quita la única prenda de ropa.
No siento vergüenza cuando
me quedo desnuda ante él, aunque sí cuando veo su manera de mirarme. He visto el deseo de
muchos hombres, pero nunca el que aparece en los ojos de Arthmael.
Puedo confiar en él.
Cojo su rostro. Cerramos
los ojos. Volvemos a besarnos. Volvemos a agarrarnos al otro. Cuando sus manos
descienden por mi espalda y sus dientes arañan mi cuello, tengo que contener un gemido, pero me
inclino hacia su oído.
—Que sea como los besos…
—susurro, quizá
para él, quizá
para mí—.
Que sea… como si fuera importante.
No dice nada. Se aferra un
poco más a
mí. Yo me aferro un poco más a él.
Nos perdemos. Durante el
tiempo apartado del propio tiempo que viene después nos convertimos en cuerpos
y suspiros y perdición y
caricias. Y todo eso está
bien. Nos recorremos enteros, nos descubrimos, nos mordemos, nos arañamos, nos destrozamos y nos matamos el
uno al otro para renacer en nuestro abrazo. Nos movemos, sudamos, cambiamos,
peleamos sin luchar. Y es como si nunca me hubiera acostado con nadie antes,
pese a todos los años
dejándome
la piel en el cuerpo de otros. Es como si no supiera de verdad lo que era.
Porque no sabía,
hasta hoy, lo que podía
provocar una sola caricia. Un solo beso. No sabía lo que era temblar de anhelo, no sabía lo que era perder la cordura, la noción del tiempo, del mundo mismo, cuando
no hay ningún
espacio entre nosotros.
Sueños de piedra – Iria G. Parente y Selene M. Pascual
¡Hola!
ResponderEliminarQue fragmento más bonito, hay que reconocer que la historia de amor entre estos dos fue muy cuqui.
¡besos!
Hola preciosa!
ResponderEliminarFantástico beso! tengo este libro pendiente de leer y le tengo bastantes ganas.
−Fantasy Violet−
Besotes! ♥
Hola!! un libro precioso con unas escenas que cortan el aliento. Besos!!
ResponderEliminarEste ha sido el libro que más me ha gustado de las autoras de los que he leído claro.
ResponderEliminarUn beso!
hola,
ResponderEliminarno he leido el libro pero me ha encantado esta escena, a ver si me animo con el
besotes
Me encanta esta escena es ♥♥♥♥
ResponderEliminarJolines, cuánto me gustó este libro ^^
Besinos.