Detengo el coche, tengo la
suerte de encontrar aparcamiento en la calle y a pocos metros de donde está Candela. El jodido destino me está obligando a seguir adelante con mi
decisión,
no piensa ofrecerme unos minutos más para que cambie de opinión.
La puerta del acompañante se abre y entra Candela, me tira
del jersey y empieza a besarme.
Joder, soy idiota.
Un completo imbécil.
Pablo tiene razón, si dejo a Candela será como arrancarme el corazón y la próxima vez que esta enfermedad aparezca en mi cuerpo, si
llega a suceder, tal vez decida que no vale la pena luchar.
Me aparto y le sujeto la
cara con las manos. Me sujeto a ella como si mi vida dependiera de ello. No hay
ningún
como, mi vida depende de ella.
—Te quiero, Candela.
Ella sonríe y me mira confusa. No la culpo, me
tiemblan las manos y lo más
probable es que tenga mala cara, apenas he dormido estos días y no recuerdo si me he afeitado
antes de venir hacia aquí.
—Yo también te quiero,
Salvador. —Me besa despacio—. ¿Estás bien?
Ahora sonrío y las zarpas que me estaban
destripando el estómago
dispuestas a seguir después con el resto del cuerpo desaparecen y me fallan las
rodillas.
—Ahora sí.
Ella me acaricia el rostro.
—Tienes mal aspecto.
Me río y cierro los ojos.
—Tú en cambio estás preciosa. —Suelto el aliento—. Iba a
dejarte. Soy un imbécil.
Sube la mano por la frente
y me aparta un mechón.
—¿Hasta cuándo puedes quedarte?
—Mañana tengo que volver a Barcelona.
—Vamos, Aitor no tardará en llegar y creo que deberías de dormir un poco antes de
conocerlo. No quiero que crea que todo el equipo de Gea está para encerrar.
—Está bien, vamos.
Ella baja del coche, yo la
sigo igual que siempre. La veo de pie esperándome, sonriéndome, y me pregunto si algún día dejará de
acelerárseme
el corazón.
—¿No piensas decirme nada
sobre lo que te he dicho?
Candela se encoge de
hombros y veo que de uno cuelga mi bolsa de viaje.
—¿Sobre esa tontería de que ibas a dejarme?
—Sí, sobre eso.
Si me llegase, me daría una patada en el culo. ¿Por qué me
estoy metiendo en la boca del lobo? Tendría que morderme la lengua y dar las gracias a quien sea
que me ha protegido desde lo más
alto y ha evitado que cometiese el peor error de mi vida. Candela tendría que estar gritándome y me está sonriendo y yo no entiendo nada. Ella
empeora mi confusión:
—Ya me imaginaba que
sucedería
algo así.
—Ah, ¿sí?
No sé si quiero besarla o…
pero ¿qué digo?, quiero besarla, pero me gusta hablar así con ella. Me recuerda a enero. Me
cruzo de brazos y, levantando una ceja, la reto a continuar.
—Has ido a Londres, los análisis han salido bien, pero has vuelto
a pensar que tal vez algún día no sea así y has decidido comportarte como un mártir. Otra vez.
—Que conste que no he
llegado a decírtelo.
—Oh, así que, si llamo a Pablo y le pregunto de
qué habéis hablado en Londres, no me dirá que os habéis peleado por esto.
—¿Has hablado con Pablo?
—No y que sepas que acabas
de delatarte. Has caído
en la trampa más
vieja del mundo. Nunca confieses antes de tiempo, Salvador.
—Necesito estar contigo,
dentro de ti, ahora mismo.
—Y nunca confieses esto
cuando estoy enfadada contigo. —Se da media vuelta y entra en el edificio y yo
la sigo porque realmente, ¿a quién pretendo engañar?, la seguiría a cualquier parte—. ¡Ibas a dejarme! Bueno. —Levanta
las manos en alto exasperada—. Ibas a intentar dejarme. —Se gira de nuevo hacia
mí y me señala con un dedo—. Que sepas que no te lo habría permitido, ¿me oyes? Aquí y ahora la única que tiene derecho a dejar a
alguien soy yo a ti. Tú ya
te has gastado el cupo que te tocaba.
—¿Hay un cupo? —Me contengo
las ganas de reírme
e intento poner la voz más
seria y firme posible.
—Sí, lo hay, y tú ya te lo has gastado.
—Vale, tienes razón, tienes que castigarme. ¿Qué puedo
hacer para que me perdones?
—Métete en el ascensor y
estate callado. Estoy pensando.
La puerta del ascensor se
abre.
—¿Puedo sugerir algo?
La puerta se cierra con nosotros
dentro.
—Sugiere.
—¿Me desabrocho la camisa y
empiezo a besarte?
—Me parece bien. —Ella
también se esfuerza por poner su voz más profesional, pero el rubor le sube por el cuello hasta
la punta de las orejas—. Pero no te creas que la próxima vez te resultará tan fácil.
—Está bien. —La sujeto por la cintura y la
acerco a mí
para proceder a ganarme mi perdón—.
Para que conste, no voy a intentar dejarte nunca más. —Ella bufa incrédula y a pesar de
que yo creía
que hasta ahora los dos estábamos
bromeando noto que se tensa y me duele. Me aparto un poco para poder mirarla a
los ojos—. Lo digo en serio, Candela. No voy a dejarte, sería como arrancarme el corazón.
—Más te vale, porque tal vez un día dejaré que lo consigas.
La beso, necesito más que nunca estar con ella y alejar de
sus ojos y de mi mente el dolor que nos habría causado a ambos nuestra ruptura.
Follamos rápido, la primera vez es frenética y
desesperada, mi piel luce las marcas de mis nervios, de su enfado y de los días que hemos estado separados. Después
hacemos el amor, lento, sin barreras, sudando, susurrándole al oído lo que nunca le he dicho a nadie.
La quiero.
Los chicos del calendario 5
- Candela Ríos
Interesante iniciativa, porque te deja ver fragmentos para que te hagas una idea de cómo puede estar narrado un libro.
ResponderEliminarUn beso.
No me llama el libro pero gracias por la escena :P
ResponderEliminarUn besito =)