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viernes, 27 de julio de 2018

Besos de libro #203 Los chicos del calendario 5



Detengo el coche, tengo la suerte de encontrar aparcamiento en la calle y a pocos metros de donde está Candela. El jodido destino me está obligando a seguir adelante con mi decisión, no piensa ofrecerme unos minutos más para que cambie de opinión.
La puerta del acompañante se abre y entra Candela, me tira del jersey y empieza a besarme.
Joder, soy idiota.
Un completo imbécil.
Pablo tiene razón, si dejo a Candela será como arrancarme el corazón y la próxima vez que esta enfermedad aparezca en mi cuerpo, si llega a suceder, tal vez decida que no vale la pena luchar.
Me aparto y le sujeto la cara con las manos. Me sujeto a ella como si mi vida dependiera de ello. No hay ningún como, mi vida depende de ella.
—Te quiero, Candela.
Ella sonríe y me mira confusa. No la culpo, me tiemblan las manos y lo más probable es que tenga mala cara, apenas he dormido estos días y no recuerdo si me he afeitado antes de venir hacia aquí.
—Yo también te quiero, Salvador. —Me besa despacio—. ¿Estás bien?
Ahora sonrío y las zarpas que me estaban destripando el estómago dispuestas a seguir después con el resto del cuerpo desaparecen y me fallan las rodillas.
—Ahora sí.
Ella me acaricia el rostro.
—Tienes mal aspecto.
Me río y cierro los ojos.
—Tú en cambio estás preciosa. —Suelto el aliento—. Iba a dejarte. Soy un imbécil.
Sube la mano por la frente y me aparta un mechón.
—¿Hasta cuándo puedes quedarte?
—Mañana tengo que volver a Barcelona.
—Vamos, Aitor no tardará en llegar y creo que deberías de dormir un poco antes de conocerlo. No quiero que crea que todo el equipo de Gea está para encerrar.
—Está bien, vamos.
Ella baja del coche, yo la sigo igual que siempre. La veo de pie esperándome, sonriéndome, y me pregunto si algún día dejará de acelerárseme el corazón.
—¿No piensas decirme nada sobre lo que te he dicho?
Candela se encoge de hombros y veo que de uno cuelga mi bolsa de viaje.
—¿Sobre esa tontería de que ibas a dejarme?
—Sí, sobre eso.
Si me llegase, me daría una patada en el culo. ¿Por qué me estoy metiendo en la boca del lobo? Tendría que morderme la lengua y dar las gracias a quien sea que me ha protegido desde lo más alto y ha evitado que cometiese el peor error de mi vida. Candela tendría que estar gritándome y me está sonriendo y yo no entiendo nada. Ella empeora mi confusión:
—Ya me imaginaba que sucedería algo así.
—Ah, ¿sí?
No sé si quiero besarla o… pero ¿qué digo?, quiero besarla, pero me gusta hablar así con ella. Me recuerda a enero. Me cruzo de brazos y, levantando una ceja, la reto a continuar.
—Has ido a Londres, los análisis han salido bien, pero has vuelto a pensar que tal vez algún día no sea así y has decidido comportarte como un mártir. Otra vez.
—Que conste que no he llegado a decírtelo.
—Oh, así que, si llamo a Pablo y le pregunto de qué habéis hablado en Londres, no me dirá que os habéis peleado por esto.
—¿Has hablado con Pablo?
—No y que sepas que acabas de delatarte. Has caído en la trampa más vieja del mundo. Nunca confieses antes de tiempo, Salvador.
—Necesito estar contigo, dentro de ti, ahora mismo.
—Y nunca confieses esto cuando estoy enfadada contigo. —Se da media vuelta y entra en el edificio y yo la sigo porque realmente, ¿a quién pretendo engañar?, la seguiría a cualquier parte—. ¡Ibas a dejarme! Bueno. —Levanta las manos en alto exasperada—. Ibas a intentar dejarme. —Se gira de nuevo hacia mí y me señala con un dedo—. Que sepas que no te lo habría permitido, ¿me oyes? Aquí y ahora la única que tiene derecho a dejar a alguien soy yo a ti. Tú ya te has gastado el cupo que te tocaba.
—¿Hay un cupo? —Me contengo las ganas de reírme e intento poner la voz más seria y firme posible.
—Sí, lo hay, y tú ya te lo has gastado.
—Vale, tienes razón, tienes que castigarme. ¿Qué puedo hacer para que me perdones?
—Métete en el ascensor y estate callado. Estoy pensando.
La puerta del ascensor se abre.
—¿Puedo sugerir algo?
La puerta se cierra con nosotros dentro.
—Sugiere.
—¿Me desabrocho la camisa y empiezo a besarte?
—Me parece bien. —Ella también se esfuerza por poner su voz más profesional, pero el rubor le sube por el cuello hasta la punta de las orejas—. Pero no te creas que la próxima vez te resultará tan fácil.
—Está bien. —La sujeto por la cintura y la acerco a mí para proceder a ganarme mi perdón—. Para que conste, no voy a intentar dejarte nunca más. —Ella bufa incrédula y a pesar de que yo creía que hasta ahora los dos estábamos bromeando noto que se tensa y me duele. Me aparto un poco para poder mirarla a los ojos—. Lo digo en serio, Candela. No voy a dejarte, sería como arrancarme el corazón.
—Más te vale, porque tal vez un día dejaré que lo consigas.
La beso, necesito más que nunca estar con ella y alejar de sus ojos y de mi mente el dolor que nos habría causado a ambos nuestra ruptura.
Follamos rápido, la primera vez es frenética y desesperada, mi piel luce las marcas de mis nervios, de su enfado y de los días que hemos estado separados. Después hacemos el amor, lento, sin barreras, sudando, susurrándole al oído lo que nunca le he dicho a nadie.
La quiero.

Los chicos del calendario 5Candela Ríos 
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2 comentarios:

  1. Interesante iniciativa, porque te deja ver fragmentos para que te hagas una idea de cómo puede estar narrado un libro.

    Un beso.

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  2. No me llama el libro pero gracias por la escena :P

    Un besito =)

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