Comencé a bajar la cabeza, dirigiéndome hacia sus labios separados. Él volvió a sujetarme por las muñecas, levantó mis brazos y me retuvo.
–Esto… esto no va a pasar,
cariño.
Confusa, traté de
acercarme, pero él me mantuvo alejada. Una pequeña parte de la agradable neblina se desvaneció mientras el corazón me daba un vuelco.
–¿No… no me deseas?
Roth se movió con tanta rapidez que no tuve un
segundo para pensar lo que estaba haciendo. Me puso boca arriba, con los brazos
estirados por encima de mi cabeza.
–¿Que si no te deseo?
–dijo, apretándose
contra mí.
Cada parte de nuestros cuerpos se tocaba, robándome el aliento–. Creo que sabes la respuesta a eso.
Ah, creo que lo sabía.
Logré liberar unas de mis
piernas de debajo de él y enrosqué la pantorrilla alrededor de la parte
inferior de su pierna. Sus caderas se hundieron y el cuerpo me hormigueó como si tuviera unas pequeñas chispas bailando sobre la piel.
Volvió a
gruñir.
–Te deseo tanto que es como
un hambre que me mordisqueara sin fin. Y no desaparece. –Bajó la cabeza hasta el espacio entre mi
cuello y su hombro e inhaló profundamente–.
No tienes ni puta idea.
–Entonces haz algo al
respecto –susurré.
Roth levantó la cabeza, y vi que sus pupilas se habían estirado de forma vertical.
–Layla… –Su manera de
pronunciar mi nombre era como una bendición–. Por favor…
Mis dedos se curvaron
impotentes mientras me estiraba, y al fin lo alcancé con los labios. Nuestras
bocas apenas se tocaban, pero Roth se estremeció y su agarre alrededor de mis muñecas aumentó.
Y entonces me atacó.
Fue como si las cadenas que
lo contenían
se hubieran roto. Roth me besó, y
no había nada
de suave ni dulce en la forma en que su boca se movía sobre la mía. Me sujetó las
muñecas con una sola mano y deslizó la otra por mi brazo y después por mi
costado, bajo el dobladillo de mi camisola. Su mano dejó un rastro de fuego mientras la subía hasta la piel desnuda de mi estómago, y después más arriba. Me arqueé ante el tacto y me perdí en ese beso, me perdí en ese sabor y en esa sensación de él que era tan familiar que dolía.
Entonces el beso se
profundizó, y
su sabor me quemó de
fuera hacia dentro. Su corazón
golpeaba el mío.
Nuestros cuerpos encajaban y se movían, haciendo que cada célula de mi cuerpo ardiera con
ganas de más,
exigiendo más.
Y Roth me lo dio. Sus caderas se movieron de formas que me hicieron jadear
entre los besos profundos y abrasadores. Mis piernas se enroscaron a su
alrededor.
–Cómo me encantas –murmuró contra mi boca. Un sonido profundo
vibró en
él
mientras me besaba otra
vez–. Sabes demasiado bien para ser verdad.
En realidad no comprendía lo que quería decir, pero quería tocarlo, pasar mis dedos por los
fuertes músculos
de su espalda, meterlos bajo esos vaqueros sueltos. Me sentía como si fuera a salirme de mi propia
piel, como me había
pasado… aquella noche con él, que parecía haber sucedido hacía mucho, pero en ese momento estábamos juntos y su cuerpo se movía como el pecado.
Sin advertencia, se apartó de mí y la cama tembló cuando se tumbó boca arriba.
La caricia del infierno – Jennifer L. Armentrout
Ainsss como me gustaron estos libros jeje
ResponderEliminarHola! la escritora no es que me haga mucho tilín pero tiene escenas muy subiditas de tono. Besos!
ResponderEliminarJolines cada vez que leo estas entradas me entran ganas de releer, jeje. Roth es ♥.♥
ResponderEliminarBesinos.
Aunque Roth vaya de malo, es amor, y nosotros lo amamos por ello ♥ ♥ ♥ Dios que ganas me están dando de releer algún libro de Jennifer porque hace protagonistas masculinos que nos hace suspirar.
ResponderEliminarBesos.
Menudo momento, me encantó esta trilogía y ha sido bonito recordarla.
ResponderEliminarBesos =)