—¿Por qué siempre que estamos juntos acabamos mojados? —inquirí, con la mirada fija en su boca, incapaz de ignorar el reclamo que suponía para mí.
Se detuvo y me hizo
resbalar hasta que mis pies tocaron el suelo. El movimiento se convirtió en una caricia sensual y mis piernas
amenazaron con no sostenerme.
«Bésalo de una vez», berreó mi Pepito Grillo, pasándose de forma definitiva al lado
oscuro y exigiendo lo que yo ni siquiera me atrevía a pensar.
—Tu pregunta está abierta a muchas interpretaciones
—terció
él. Sus manos pasaron de mi espalda a sujetar mi cara. Me obligó a mirarle a los ojos y, en cuanto
atisbé el brillante azul de sus iris, supe que estaba perdida—, y estoy
bastante seguro de que todo lo que diga podría ser utilizado en mi contra.
—Siempre puedes pedir un
abogado.
Se inclinó sobre mí y el roce de sus labios envió los restos de mi cordura fuera de mi
alcance. Los chorros de agua variaron de nuevo, convirtiéndose en una lámina horizontal a ras del pavimento,
pero ninguno de los dos se movió.
Yo no hubiera podido, aunque lo hubiera intentado. Alejarme de él era lo último que deseaba. Me sentía anclada a él de maneras que ni
siquiera podía
comprender.
—Creo que no lo voy a
necesitar —murmuró y,
sin perder ni un segundo más,
se abalanzó
sobre mis labios.
Me besó con la misma voracidad que la vez
anterior, transformando mi deseo en una necesidad apremiante. Permití que su lengua irrumpiera en mi boca
mientras mis uñas
se clavaban en su espalda, y el jadeo que escapó de sus labios fue la señal que ambos esperábamos para abandonarnos del todo y eliminar el muro que
contenía
nuestras emociones.
—Si no me pides que pare
ahora, no voy a ser capaz de detenerme —gimió contra mi cuello, luchando por controlarse.
Sus manos descendieron por
mis costados y se colaron bajo la falda del vestido. Me apretó más contra él. Ni siquiera pude contestar. No quería que parara, no quería dejar de sentir su piel contra la mía, su sabor en mi boca. Y necesitaba más, mucho más, todo lo que estuviera dispuesto a
darme.
Pero la verdadera pregunta
era: ¿cuánto
estaba dispuesta a entregarle yo?
—¿Laura? —insistió el policía.
Por toda respuesta adelanté
mis caderas y busqué sus labios. Profundicé en el beso hasta que quedó claro que lo único que iba a poder calmarme era
llegar hasta el final con él. No obstante, aunque el gemido que exhaló Leo resultó de lo más prometedor, me sorprendió que me tomara de los hombros y diera un paso atrás para separarse de mí.
—¿Qué pasa?
Respiraba de forma
acelerada y yo no estaba mucho mejor. La piel me ardía y el deseo se había convertido en una bestia feroz
imposible de aplacar. Hubiera empezado a gimotear de no ser porque Leo esbozó una sonrisa torcida, me cargó sobre su hombro y echó a andar deprisa en dirección al coche.
—Vamos a hacer esto bien
—señaló, y su voz fue poco más que un gruñido—. En mi casa. Tú y yo. Toda la noche.
—No tienes que decírmelo dos veces —balbuceé.
No veía más allá
del momento en el que me cubriera con su cuerpo, de ese instante íntimo en el que mis fantasías se convirtieran en realidad.
¿Y si de verdad te quiero? – Victoria Vílchez
hola,
ResponderEliminarque trozo mas bonito nos has puesto, este libro no lo he leido pero lo tengo apuntadito
Besotessssssssss
Bonita escena, es por este tipo de momentos en que no me canso de leer romance.
ResponderEliminarBesos =)
Y yo aún si estrenarme con la autora!!
ResponderEliminarUn beso!
Holaa, jajaja vayavaya la escena, en fin, que tengo muy pendiente a la autora, a ver si pronto se me hace *-*
ResponderEliminar¡Beesos! :3
¡Holaa!
ResponderEliminarEs una escena muy bonita. Aún no he leído nada de la autora pero espero poder hacerlo pronto.
Un beso.
Hola ^^
ResponderEliminarYa te lo he dicho otras veces pero me encanta esta sección jejej me gustó mucho el libro ^^
Hola!! vaya escena! aunque no he leído nada de la escritora todavía, este pasaje está muy bien. Besos!
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