—¿Para mí? —preguntó ella con una sonrisa.
—Hace juego con tus ojos.
—Qué romántico eres, Luc.
Andrea dejó la planta sobre uno de los sacos y lo
atrajo para besarlo. Hacía
solo unas horas que habían
estado desnudos el uno en brazos del otro y, sin embargo, el solo hecho de
tenerlo cerca la consumía
por dentro. Él
la alzó en
brazos y la colocó
sobre los sacos, que la dejaban a la altura perfecta para sus planes.
—Tú sí que eres romántica —le susurró junto al oído—. Estamos en un lugar lleno de flores aromáticas y decides esconderte junto a los
sacos de fertilizante químico.
—Al menos aquí Maxime no podrá encontrarte para preguntarte qué clase
de abono prefieres.
—Muy graciosa. —Luc le hociqueó el cuello.
—Así que acerté al pensar que necesitabas
un descanso de nuestro organizador de bodas. —Ella le acarició la nuca enredando los dedos en su pelo
castaño—.
Una pregunta más
sobre flores y le habrías
arrancado la cabeza.
Luc se separó un poco para poder mirarla a los ojos.
—No sé diferenciar un
geranio de un clavel. ¿Por qué se empeña en que le dé mi opinión todo el rato?
—Creo que le gustas
—respondió,
mimosa.
—Muérdete la lengua.
—Vamos. Es un buen partido.
Atractivo, con negocio propio y tiene mucho... aguante.
—Lamentablemente, estoy
interesado en otra persona. —Le separó aún más las rodillas, pegándose a ella cuanto le fue posible.
—¿En serio?
—Ajá. Una rubia de piernas largas que hace
un ruidito enloquecedor cuando la toco justo aquí.
Metió su mano bajo el vestido y lo levantó para acariciarla en el costado, justo
en la curva de la cintura. Andrea gimió y él no pudo contener una sonrisa.
—Exactamente así —dijo.
Después la besó, mientras seguía acariciándola en aquel lugar que la enloquecía.
—No estaba pensando en esto
cuando he venido aquí
—jadeó
Andrea contra su boca.
—Seguro que no.
Y volvieron a besarse,
deleitándose
el uno en el otro, explorándose
por encima y por debajo de la ropa. Andrea le rodeó la cintura con las piernas y sus manos
le acariciaron los músculos
de la espalda con los que antes había estado fantaseando.
—¿Por qué llevas la misma
ropa que ayer? —le preguntó él
cuando se separó
para recuperar el aliento.
—Porque las mujeres con las
que vivo son crueles y disfrutan haciendo sufrir al prójimo —se quejó—. Me estaban esperando esta mañana y no se han creído que volvía de dar un paseo. Creen saber lo que
hicimos anoche, pero no tienen pruebas, así que han decidido torturarme y no han dejado que me
cambie de ropa.
—Debería darles las gracias. No sabes lo mucho
que me pone que todavía
huelas a mí.
Luc movió las caderas y ambos gimieron.
Siguieron besándose,
besos largos y sensuales que los empujaban cada vez más cerca del abismo. Andrea no podía recordar la última vez que había llegado tan lejos sabiendo que la
recompensa no estaba a su alcance. Porque no había forma de que lo hicieran en aquel lugar. No en un sitio
público y con familia, amigos y empleados
que podrían
descubrirlos en cualquier momento. Pero siguieron besándose, tentándose, calentándose hasta el punto de fusión. Los sacos se movieron y una columna
cayó al
suelo, llevándose
con ella la pequeña
maceta.
—Acabas de matar a mi
planta —gimoteó
Andrea.
—¿Yo? Tú no parabas de mover el trasero.
Luc le desenroscó las piernas de su cintura y se agachó para recoger la pequeña carnívora.
—¡Joder! La muy... me ha
mordido —bromeó.
—Esa es mi chica. Ella sabe
de quién es la culpa.
Él le tendió la maceta. Andrea le cogió el supuesto dedo herido, se lo metió en la boca y lo chupó.
—¿Mejor?
—Mucho.
Luc le robó otro beso y después comenzó a recolocar los sacos que habían caído al suelo. Mientras tanto, Andrea cruzó las piernas y se dedicó a contemplar cómo se le tensaban los músculos bajo la camiseta y el estupendo
culo que le hacían
esos vaqueros.
Cuando Luc terminó, estaba de nuevo excitada. Él lo tuvo muy fácil para leer el deseo en su cara. Con
una sonrisa, colocó
ambas manos en los sacos, encerrándola entre sus brazos, y susurró contra su boca:
—Deja de mirarme así o encontraré los baños de este puñetero lugar, te arrancaré el vestido y
te follaré hasta que te olvides de tu nombre.
—¿Me lo prometes?
Luc dejó escapar una carcajada y, sujetándola por la cintura, la puso en el
suelo.
A contrarreloj – Laura
Esparza
Me ha hecho mucha gracia el final de la escena xD
ResponderEliminarUn beso!
Me ha encantado el texto, muchas gracias por compartir.
ResponderEliminarBesos!
Un libro que no he leído y una escena de alto voltaje! Besos!!
ResponderEliminarhola,
ResponderEliminareste libro me lo regalaron por mi cumple el año pasado y aun no lo he leido... a ver si en breve me pongo con el que me has dejado con ganas
Gracias por la entrada
Besotesssssssssss