—¿Me lo estás poniendo difícil por algo en especial o solo estás jugando? —
preguntó sobre mis labios.
—Jugando, claro —mentí.
—¿Y si te digo que me estoy cansando del juego?
—Pues bésame tú.
—No. Quiero que lo hagas tú. Que lo hagas, porque tienes tantas ganas como
yo.
Puto loco. Yo me moría de ganas. Sus besos eran como el mejor vino:
entraban muy suaves, te hacían cerrar los ojos y gemir de gusto al paladear su
complejidad y se quedaban en tu boca mucho después de haberlos consumido.
Embriagaban. Por eso precisamente no le besaba.
—¿Nadie te ha dicho que hablas demasiado? —pregunté, contoneándome sobre su
entrepierna.
—¿Y a ti que estás demasiado buena? —Besó mi cuello.
—Me lo dicen continuamente —bromeé, para disimular el estremecimiento que me
provocó su beso.
—Lo veo normal. —Alzó las caderas, golpeando el interior de mis muslos,
desenmascarando mis precauciones—. Quítate las bragas, preciosa.
—No sé si me gusta que me llames «preciosa» —dije maniobrando con mi ropa interior.
—Te gusta, no mientas. Cuidado con la rodilla… —Amenazaba peligrosamente a sus
pelotas—. Sube la pierna…, así. Joder, Natalie, qué elástica eres…
—Hacía pool dance. —Bajé la pierna y le metí mis bragas en el
bolsillo de la camisa —. Lo dejé por los moratones. Y porque me tentaba
demasiado lo de ganarme la vida como stripper.
—Te forrarías. —Me acarició las nalgas a manos llenas.
Las mías ya estaban ocupadas con sus botones blancos.
—Quizá me lo replantee. Estoy hasta la seta de la tienda.
—¿Ahora trabajas como dependienta?
Asentí, tiré de su camisa, él se despegó del asiento y me ayudó a
quitársela.
Qué torso, la Virgen. Nada exagerado, todo marcado y con el pelito justo.
Natural, armonioso, terso, apenas bronceado, de sobra apetecible. Recorrí todo
su pecho con las manos, sus hombros, el camino de vuelta, abdomen, cintura,
costados… No podía dejar de tocarle. Su tacto era hechizante. Me mordí el labio
inferior con fuerza. Ese gemido no tenía que salir. Dani agarró mi cara con
ambas manos y me atrajo hasta su boca.
—Tú ganas —murmuró, antes de liberar mi labio con el pulgar y atraparlo con
los dientes.
No me mordió, solo me retuvo para acariciarme con la lengua, deslizó las
manos por mi cuello muy, muy despacio, inspiró hondo y me estrechó contra su
piel caliente. Casi entré en éxtasis. Tuve que cerrar los ojos y sacudir las
caderas. Apremiarle. Aquello era demasiado intenso. No debía gustarme tanto.
Dani soltó mi labio y ladeó la cabeza; me besó dos veces, suave, dulce, imponiendo
la persuasión como regla básica del juego. A la tercera tuve que responder.
Cedí a la necesidad que me gritaba calmar cada átomo de mi cuerpo. Abrí la
boca… y me perdí. Por su culpa. Porque él me besó con la urgencia del momento y
algo más. Algo profundo, que me revolvía entera, lo notaba hasta en los huesos.
Su lengua hacía magia dentro de mi boca, pero yo la sentía mucho más dentro,
rozando zonas que aún seguían en carne viva. Me hizo temblar. Él lo percibió y
se acercó más para darme el calor que parecía necesitar, sin dejar de besarme
con esas ganas… y algo más.
La locura de saltar contigo – Silvia Sancho
Curioso y nada sutil. ¿Qué tal está el libro?
ResponderEliminarNo lo conozco.
¡Saludos!
Me gusta mucho el fragmento, miraré el libro
ResponderEliminarBesos
hola,
ResponderEliminarme ha encantado el fragmento, el libro lo tengo en casa pendiente, a ver si en breve lo leo
Besotesssssssssssssssssss