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viernes, 6 de diciembre de 2019

Besos de libro #266 Todo lo que nunca fuimos (II)



—Axel, dame solo este momento.
Leah me rodeó el cuello y me abrazó, muy pegada a mí. Yo la retuve contra mi cuerpo moviéndome despacio, casi quieto en medio de la pista, sintiendo cómo su respiración me hacía cosquillas en el cuello y cómo sus manos se enredaban en mi pelo.
Agaché un poco la cabeza y le di un beso en la oreja, casi en el lóbulo, y seguí despacio atravesando la línea de la mandíbula hasta llegar a su mejilla. Cerré los ojos, solo sintiendo la suavidad de su piel, lo jodidamente bien que olía, el calor de su aliento, lo perfecto que era aquel abrazo, aquella canción, aquel momento, todo.
Iba a besarla. Iba a hacerlo. A la mierda el mundo entero.
Y en cuanto rocé su boca supe que iba a ser un desastre, pero también que sería el mejor desastre de mi vida.
La sujeté por la nuca antes de cubrir sus labios con los míos. Fue un beso de verdad. No hubo dudas ni pasos atrás, tan solo mi lengua hundiéndose en su boca y buscando la suya, mis dientes atrapándole el labio, mis manos ascendiendo hasta llegar a sus mejillas como si temiese que fuese a apartarse. Me recreé en cada roce, en cada segundo y en su sabor a fresa.
Pensé que aquel instante valía las consecuencias.
Leah se puso de puntillas y se apoyó en mis hombros cuando me apreté más contra ella, como si necesitase sostenerse en algo sólido. Volví a presionar mis labios sobre los suyos, y creí que besarla me calmaría, pero fue todo lo contrario, como abrir las puertas de par en par. Necesitaba tocarla por todas partes. Bajé las manos y la agarré del trasero pegándola a mi cuerpo, rozándome con ella…
—Axel… —Su voz fue casi un gemido.
Y era justo lo último que necesitaba. Ese puto sonido erótico en mi oreja.
Tomé aire entre beso y beso, ansioso, y empecé a moverme por la sala sin soltarla hasta que avanzamos unos metros y chocamos contra la puerta de los servicios. La abrí de un empujón ignorando a un tipo que acababa de salir y nos metimos dentro. Leah tenía los ojos cerrados, entregada a mí como si confiase a ciegas, temblando cada vez que la tocaba. Nos encerramos en uno de los cubículos. Gimió cuando acogí uno de sus pechos en la palma de la mano y lo apreté, llevándome su respiración entrecortada con un beso profundo y húmedo.
¿Qué estaba haciendo? Ni idea. No tenía ni idea.

Todo lo que nunca fuimosAlice Kellen

3 comentarios:

  1. Momentazos así hacen que ame un libro, gracias por compartirlo.

    Besos =)

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  2. Qué recuerdos me trae esta escena!! Me encantó este libro
    Saludos

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  3. hola,
    como me ha gustado este fragmento... me encanto este libro.
    Besotesssssssssssss

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