—Déjese llevar, querida —le dijo de nuevo al oído, haciéndole entender que
necesitaba ocultar sus palabras a los contrabandistas—. Si en algo valora su
vida, no me contraríe, por favor.
Erin lo miró a los ojos, buscando cobijo en ellos. Y antes de que pudiera
hacer nada por impedirlo, el escocés pasó una mano por el ala de su pamela para
hacerla caer al suelo, acunó sus mejillas con delicadeza y, tras pensarlo menos
de lo necesario, tomó suavemente sus labios en un beso que provocó que a ella
volvieran a doblársele las rodillas. El highlander se preparó para el rechazo,
pero enardecido por la inocente entrega que percibió en ella —de hecho, Erin,
aunque tímidamente, le estaba devolviendo el beso, olvidando incluso la
incomodidad de contar con espectadores—, el roce suave se volvió más intenso.
«¡¿Pero qué estoy haciendo?!», se preguntó ella transcurrido un tiempo que
bien podría haber sido de unos pocos segundos o de muchos. Y en cuanto Declan
escuchó el gruñido reticente que surgió de la garganta de la dama, entendió que
no le quedaba otra que acceder a sus deseos, por muy dispares que fueran de los
suyos. Le liberó el rostro y Erin se apartó discretamente, con la obvia
intención de no llamar en exceso la atención de los contrabandistas. En vano,
porque hacía rato que habían enmudecido ante el espectáculo.
«¡Demonio de mujer!», se dijo O’Connor, que compartía con ella la
respiración entrecortada. Consternado, se fijó una vez más en los labios de la
irlandesa, a los que ya echaba de menos, así que no le importó jugar sucio para
obtener lo que tanto ansiaba.
—No se detenga ahora —le rogó en un murmullo—. Estos hombres son muy
peligrosos. —La joven volvió a observar a los contrabandistas por encima de su
propio hombro—. Lo único que la separa de ellos es que me respetan, y si piensan
que es importante para mí, apuesto a que la dejarán en paz ahora y en un
futuro. En caso contrario, a saber lo que podrían hacer con usted si vuelven a
encontrársela a solas. ¿Acaso no ve sus pistolas?
Erin localizó las armas de fuego entre los ropajes de aquellos malhechores,
pero no estaba dispuesta a sucumbir de nuevo a los deseos de Declan. A decir
verdad, sentía tal alboroto en su corazón, que no hubiera sabido precisar cuál
de aquellos cuatro hombres suponía una mayor amenaza para su integridad: si los
primeros, con sus pistolas, o el propio O’Connor, armado con algo tan
aparentemente inocuo como unos labios.
—La próxima vez que se me ocurra salir a pasear sola, le garantizo que
llevaré conmigo algo mucho más letal que un viejo libro —le susurró, y sonó a
promesa.
Declan sonrió ante la determinación que mostraba la joven.
—De acuerdo, pues. Habré de conformarme con el empleo de simples palabras
para hacerles entender que usted es intocable —claudicó Declan antes de
exclamar en voz alta—: ¡Qué tímida te muestras en público, querida! —la
reprendió con sorna antes de dirigirse a los tres desconocidos—. ¿Pero dónde
están mis modales? Señores, les presento a mi mujer, la señorita Erin —explicó
en tono desenfadado como si se encontrara departiendo con delincuentes en una
taberna de medio pelo.
A uno de ellos, el de la cabeza rapada, le tembló la mandíbula: se resistía
a reír, pero su intento fue vano, y también el comentario mordaz que le picaba
la lengua desde hacía un buen rato.
—Querrá decir su «nueva» mujer, capitán.
El corazón de la banshee – Raquel de la Morena
hola,
ResponderEliminarpues no he leido este libro pero le tengo muchas ganas y el fragmento que has puesto me deja los dientes largos largos
Besotesssssssss
La novela sé cual es y oye el fragmento no está mal pero la novela en sí es que no me atrae del todo
ResponderEliminarUn beso!
Hola. El libro no lo he leído pero lo tengo pendiente, y esta escena me ha gustado mucho!!
ResponderEliminarAy, qué bonito, creo que quiero el libro si mantiene ese tono
ResponderEliminarBesos
Yo tampoco he leído la obra pero me gustan mucho este tipo de entradas :D
ResponderEliminarUn saludo