Casi ni entendí lo que estaba diciendo.
—La mayoría ya se habían desvanecido, pero tenías un rastro aquí. —Su
pulgar rozó el lado izquierdo de mi mandíbula, y provocó que se me acelerara la
respiración. Sus profundos ojos azul medianoche se concentraron en los míos—.
Ahora ya no está —añadió.
—¿No? —logré decir.
—No. —Su pulgar recorrió la línea de mi mandíbula—. Era solo una tenue
sombra azulada, pero yo me di cuenta de que la tenías.
Me estremecí.
Su pulgar rozó mi barbilla y se deslizó por mi labio inferior. Su cabeza
descendió.
—Hoy va a ser un día difícil —dijo con voz ronca y más profunda de lo
normal—. Te vas a cansar físicamente… —Su pulgar realizó de nuevo el
recorrido—. Te vas a agotar emocionalmente. El primer día para mí… No hay
palabras.
Todo lo que había dentro de mí, cada célula y músculo, se tensó y se relajó
a la vez. Era difícil prestar atención a lo que estaba diciendo cuando me
tocaba así. De una manera en la que nunca antes me había tocado. De una forma
en la que yo siempre había querido que me tocara.
—Parece… parece como si hubieras estado leyendo sobre psicología otra vez
—me obligué a decir, sonando entrecortada.
Él esbozó una media sonrisa de lado.
—O he estado hablando y escuchando.
Incliné la cabeza hacia un lado y fruncí las cejas. Empecé a preguntar qué
significaba eso, pero de repente presionó sus labios contra la comisura de los
míos. Fue breve, más breve que el beso del lago, pero me sacudió hasta la
médula.
—¿Qué estás haciendo? —Jadeé.
Dio un paso atrás; su intensa mirada de ojos entrecerrados me recorrió
entera.
—Estoy haciendo lo que dije que iba a hacer.
Si no hay un mañana – Jennifer L. Armentrout
hola,
ResponderEliminarcomo me gusta eesta escritora, el fragmento es muy bonito
Besotesssssssssssssssssss