—Soy un hombre afortunado —dijo tomándole la mano de la alianza—. Tiene sus
ventajas casarse con una mujer tan bella… y además experimentada. —La miró con
fijeza por encima de los nudillos que acababa de besar galantemente.
La joven se encogió de hombros, porque no tenía nada que decir y su mente
andaba ocupada en otros asuntos; así que a él no le quedó más remedio que
interpretar el gesto indolente de su esposa como una confirmación de lo que en
su día le había confesado.
—De acuerdo, pues. Al parecer, nos podemos ahorrar explicaciones superfluas
de lo que va a ocurrir entre los dos esta noche —susurró él antes de
aprehenderla por la cintura. Acunó las mejillas de su esposa entre sus manos,
la miró con ternura y se acercó muy lentamente. Cuando presionó los labios de
Erin se sintió un adicto a la dulzura que desprendía aquella boca. Los besos se
fueron volviendo más intensos y exigentes y fue incapaz de detenerse hasta que
notó que a ella le faltaba el aire. Entonces se separó apenas unos centímetros
para, literalmente, darle un respiro.
La joven irlandesa nunca había experimentado nada semejante. «Aún estoy a
tiempo… Da un paso atrás, Erin. Te expones demasiado con este matrimonio. Tu
vida es lo más valioso que tienes. Piensa en todas las maravillas que podrías
ver a lo largo de una existencia de nueve siglos», intentó convencerse con la
fuerza de la razón.
Pero en ese momento el corazón no parecía dispuesto a escuchar a nadie en
un radio de cien leguas a la redonda, ya que la mayor de las maravillas era
poder ser besada por su marido, Declan O’Connor. Por un momento se permitió el
lujo de dejar la mente en blanco y limitarse a disfrutar del instante, a
dejarse acariciar por aquel mentón recién rasurado del que emanaba el rastro
etéreo de la esencia de jabón.
El highlander, fascinado, se estremeció de placer al notar cómo Erin se le
entregaba poco a poco. Porque si al principio era Declan quien había llevado la
iniciativa, ahora era ella quien le estaba dejando un abrasador reguero de
besos en el cauce de sus labios. Le divirtió percatarse de la impaciencia que
revelaba la respiración agitada de la joven. Sin embargo, esta dejó de
mostrarse tan audaz en cuanto notó que su esposo, que de repente se había
colocado a su espalda, la despojaba del alfiler de plata y el tartán de los
O’Connor para de inmediato centrar sus maniobras de aproximación en el vestido
que llevaba. Los lazos que mantenían ceñida la prenda empezaron a resbalar por
los ojales como un patinador se deslizaría por una pista de hielo: de un lado a
otro y con eficacia. La muchacha tembló cuando sintió la tela del vestido, el
corsé y finalmente las enaguas caer al suelo gracias a la pericia de Declan. Al
instante, la aprendiz de esposa se cubrió con ambas manos el pecho, que
permanecía tapado por una camisola que a su sentido del recato se le antojó
excesivamente fina.
El corazón de la banshee – Raquel de la Morena
Holaa, vaya que ha estado sonado este librito, y se ve una buena lectura para conocer más sobre la cultura y la criatura *-*
ResponderEliminar¡Beesos! :3
Hola! Muy buena esta escena y lo que viene justo después 😂🤣😁. Besos!
ResponderEliminarhola,
ResponderEliminarme ha gustado el fragmento que nos has puesto, una parte que me gusto mucho
Besotesssssssssssssssss
Hola preciosa!
ResponderEliminarNO he leído el libro pero me encanta el beso.
Feliz domingo!
−Fantasy Violet−
Besotes! ♥
A great post! < 3
ResponderEliminarI am following you and invite you to me
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