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viernes, 24 de enero de 2020

Besos de libro #273 Almas de cristal (III)



Abrió la puerta, me hizo un gesto con la mano indicándome que entrase y, antes de hacerlo, eché una ojeada a ambos lados del pasillo para asegurarme de que nadie me veía. Pero es que era de ser medio gilipollas jugarme el empleo por prestarme a otra de sus nefastas ideas, y lo peor de todo es que estaba más que dispuesto a arriesgarme si esa era la solución para que me dejase tranquilo. Aún me quedaba alrededor de una semana de trabajo en el chalet y quería pasarla en calma, sin sobresaltos, sin miedo a verme envuelto en cualquier lío por una de sus tonterías. Una semana más y me largaría de allí para siempre, diciéndole adiós a Silvia.
Sentí una punzada en el pecho que me desfiguró la cara. Ese leve pinchazo me desconcertó, pero no tuve tiempo de analizar a qué se debía ni qué lo había originado, porque en cuanto la puerta de su dormitorio se cerró, la tuve encaramada a mi cuerpo rodeándome con brazos y piernas. Su asalto me pilló tan de improviso que perdí el equilibrio y mi espalda se estrelló en la pared. Me sujeté a ella en un acto involuntario por no acabar en el suelo, y antes de que mi mente comenzara a digerir lo que pasaba, estampó sus labios contra los míos. Y yo… yo… Joder, yo los abrí y dejé que su lengua me rozara. Y por ese maldito roce me perdí. Me abracé a ella y dejé que mi espalda se deslizara por la pared hasta acabar sentado en el suelo con su cuerpo encima del mío, rozándome deliberadamente contra su sexo mientras nos comíamos las bocas de una forma tan morbosa que me empecé a poner malísimo. Sentía los tirones en mi entrepierna y ella tenía que estar notando lo excitado que estaba, más cuando la excitación de un tío resulta imposible de ocultar.
La intensidad con la que nos besábamos fue cediendo y nuestros labios comenzaron a acariciarse con lentitud, por lo que pude apreciar mejor todas y cada una de las sensaciones que me asaltaban. Y esas jodidas sensaciones no hablaban solo de deseo o de simple atracción, sino que decían mucho más, algo para lo que no estaba preparado y menos con alguien como ella.
Fui yo quien rompió el contacto. Me quedé mirándola a la cara sin pestañear, dándome cuenta de lo mucho que me gustaba por más que tratara de negármelo.
—Esto era lo que quería mostrarte. Lo siento, Darío, pero no me has dejado otra alternativa. Tenía que hacerte entender que entre nosotros está pasando algo; en las dos direcciones, aunque no quieras verlo. Yo no tengo problemas en reconocerlo, ahora falta que lo hagas tú.

Almas de cristalAnalí Sangar

5 comentarios:

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